Marcos Eguiguren Huerta
Associate Provost for Strategic Projects
Director de la Cátedra Internacional de Finanzas Sostenibles
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La reunión del Coop 27, celebrada en noviembre del año pasado en Egipto, pasó sin pena ni gloria, con pocos avances sustanciales en la tan necesaria coordinación global en la lucha contra uno de los retos más graves con los que se haya enfrentado nunca la humanidad, el cambio climático y sus efectos sobre la vida en nuestro planeta.
A pesar de ello, en tantos días de reuniones, convenciones, reuniones paralelas, etc., siempre hay temas interesantes. A título de ejemplo, a la sombra del Coop 27, asistimos a la presentación de las conclusiones del 2022 Financial System Benchmark, que analiza a las 400 instituciones financieras globales más importantes del mundo para valorar cuán preparadas están para afrontar la transformación hacia un paradigma de sostenibilidad y para asegurarse de que están llevando a cabo una política de distribución de activos que represente mejor los riesgos y oportunidades vinculados a los límites del planeta y a las convenciones sociales.
No entraremos a analizar en detalle la metodología empleada, pues ello excedería en mucho el ámbito de esta breve reseña, pero sí señalaremos que el rating otorgado a cada institución se basa en un 40% en indicadores sobre inclusividad y políticas de impacto en el ámbito de la gobernanza y la estrategia, en un 30% en indicadores sobre cómo la entidad respeta los límites del planeta, tanto en el ámbito del cambio climático como en el del respeto a la naturaleza y a la biodiversidad y el 30% restante en indicadores sobre cómo la entidad se adhiere a las principales convenciones sociales en áreas como el respeto a los derechos humanos, la actuación y las políticas corporativas de base ética, y la capacidad de proveer de trabajo decente.
Parece que nos encontramos ante un benchmark bastante sensato que puede reflejar razonablemente bien la realidad sobre cómo las entidades financieras están efectivamente intentando contribuir a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODSs). Pues bien, las principales conclusiones del estudio no pueden ser más descorazonadoras.
Mucho camino por recorrer: poco reconocimiento, falta de compromiso y análisis de impacto, nulos procesos
En primer lugar, la mayoría de instituciones no reconoce el impacto de sus inversiones en el medio ambiente o en la sociedad. Tan solo una quinta parte reconoce esos impactos y da cierta información al respecto.
En segundo lugar, el compromiso con una estrategia para llevar las emisiones al cero neto se mantiene bajo, sólo un 37% de las entidades han publicado algún tipo de estrategia u objetivo a largo plazo al respecto. Por desgracia, tan solo un 2% de las entidades han publicado objetivos intermedios que ayuden a hacer un seguimiento de la evolución.
En tercer lugar, el análisis de impacto sobre el riesgo relacionado con el incumplimiento de los principales derechos humanos es prácticamente inexistente. Tan solo un 7% de las entidades lo publican en el ámbito de sus propias operaciones y un 3% en el ámbito de las actividades que financian. Con esos datos es imposible comprobar si las entidades están cumpliendo su role teórico de incentivar aquellos negocios que operen de forma más ética, por lo menos a un nivel básico.
En cuarto lugar, la financiación a países de baja renta, pequeñas y medianas empresas y a grupos en riesgo de exclusión, es extremadamente baja o no es reportada.
Por último, la mayoría de las entidades financieras, menos del 5% de las analizadas, no tienen procesos para identificar el impacto de sus actividades de financiación en la naturaleza y la biodiversidad.
Muchísimo que mejorar, sin duda, entre las grandes instituciones financieras globales. De las 400 entidades analizadas, tan solo tres aprueban, y por los pelos. La entidad con mejor puntuación, un banco canadiense, obtiene una puntuación de un 52,5 sobre un máximo de 100.
Si nos fijamos en la situación de las entidades financieras españolas sometidas a análisis, por un lado, tenemos la buena noticia de que todas ellas se sitúan por encima de la media de las 400 instituciones analizadas, fruto de un claro esfuerzo para mejorar, pero en la parte negativa hay que resaltar que sus puntuaciones oscilan entre 16,1 y 37,1 sobre un máximo de 100, situándose lejos del “aprobado” y con un enorme camino para la mejora.
No hay tiempo para la complacencia. En este y en cualquier otro rating que mida el compromiso del mundo de las finanzas con los ODSs, lo único que los ciudadanos del mundo esperamos ver es una rápida mejora del papel que las finanzas están teniendo en la transformación de la economía. Estaremos atentos a próximos benchmarks y a nuevas publicaciones de estudios comparativos.
El tiempo del greenwashing debe quedar atrás.