Marcos Eguiguren Huerta
Director del Departamento de Management, Law, Society and Humanities
El agua es un elemento fundamental para la preservación de la vida en nuestro planeta tal y como lo conocemos. No debería sorprendernos, por tanto, que uno de los objetivos de desarrollo sostenible creados por las Naciones Unidas, el objetivo número seis, esté relacionado precisamente con la limpieza y el saneamiento de las aguas y se centre en garantizar su disponibilidad en todo el planeta con adecuadas condiciones sanitarias y asegurando una gestión sostenible de la misma.
Antes incluso de la creación de los ODS, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en julio de 2010, una resolución que reconoce el agua potable y el saneamiento básico como un derecho humano esencial. Pero lo cierto es que existen todavía grandes dificultades en muchas zonas del planeta para acceder al agua potable. Se calcula que cerca de mil millones de personas –muy en especial, en África– tienen dificultades de acceso a la misma. Esto se agrava todavía más con el problema que representa la contaminación de las aguas en muchas zonas del mundo.
Si a todo ello le añadimos el papel fundamental que juega el agua en muchos sectores económicos, especialmente en la agricultura, pero también en muchas actividades industriales que utilizan el agua de una u otra forma como parte de sus procesos productivos, tenemos que reconocer que, cuando hablamos de agua, hablamos de un elemento capital, no solo para la preservación de la biodiversidad, sino también para asegurar la calidad de la vida humana.
Más allá de las no siempre eficientes declaraciones de los organismos internacionales y de las acciones locales que puedan tomar los diferentes gobiernos, que logremos cumplir con la agenda 2030, en especial con su objetivo número seis, requiere de un cambio radical en la manera en la que miramos a nuestro planeta y en la forma en la que llevamos a cabo todo tipo de actividades económicas, tanto de consumo como de producción.
Los economistas, al igual que muchas otras profesiones, deberíamos ser más iconoclastas y beber más de otras disciplinas. Por ello reflexionaré aquí primero sobre algo que puede parecer meramente terminológico, pero que presenta un profundo calado.
Los seres humanos nos hemos acostumbrado a considerar todo aquello que la naturaleza pone a nuestra disposición como “recursos”. Todo, el agua también, acaba siendo un recurso y, como tal, el ser humano es soberano y todopoderoso en lo que se refiere al mismo. Puede hacer y deshacer a su antojo. Cuando observamos como especie que empezamos a tener problemas con ese recurso (aquí no tenemos, allá no presenta suficiente calidad, etc.) reaccionamos a la humana manera: con acuerdos, declaraciones, leyes, inversiones o cualquier otra cosa que nos permita pensar que revertiremos la situación. Y lo curioso es que en ocasiones lo conseguimos, aunque sea de forma incompleta o efímera.
Sin embargo, el problema principal estriba en que los seres humanos no estamos acostumbrados a pensar que todo aquello que encontramos en nuestro planeta no es un recurso a nuestra disposición, sino que es parte de un ecosistema del que nosotros formamos parte y que debemos respetar si queremos evitar acabe rebelándose contra nosotros. En buena medida, nosotros somos agua y el agua somos nosotros.
En el largo plazo, ese cambio de mentalidad como especie es mucho más importante que todas las declaraciones, medidas o inversiones que se nos puedan ocurrir. En un ecosistema no existen recursos vistos a la humana manera, sino que todos los organismos que lo ocupamos nos interrelacionamos entre sí y con el medio físico que nos alberga. Un ecosistema busca mantener el equilibrio que asegure su existencia. Así, el agua no es un recurso, es un elemento clave que lo sustenta. Cuando se empieza a mirar las cosas de diferente forma, incluso a utilizar palabras distintas para definir conceptos que antes conocíamos de otra manera, ahí empiezan los cambios profundos.
Debemos reconocer que los humanos hemos conseguido avances. Hemos acuñado, por ejemplo, el término de economía circular, que avanza imparable y por el que los procesos económicos y productivos incorporan desde su diseño la propia necesidad de reciclaje de los materiales utilizados para su reutilización productiva o su reinserción en la naturaleza. Es un gran avance, pero todavía se basa en el concepto del recurso. Es verdad que, con un mayor respeto al mismo, pero todavía con la consciencia de su escasez y de la necesaria eficiencia económica como puntos centrales de su aplicación.
Nuestros avances en el pensamiento humano han lanzado el concepto de biomimética para definir la forma en que las diversas actividades humanas pueden inspirarse en el comportamiento de la naturaleza, tanto para ser más eficientes como para poder integrarse de forma armónica en el ecosistema del que somos parte.
Esos avances también se han trasladado a la economía y al mundo de la empresa con conceptos como la bioeconomía o la biomimética organizacional que empiezan a gozar cada día de mayor implantación. Precisamente, la biomimética organizacional puede convertirse en una excelente forma de abordar los ODS, ya que, entre otras cosas, persigue que las empresas aprovechen de forma óptima lo que el ecosistema pone a su disposición, de la misma forma que lo hace la naturaleza y aprendiendo de ella.
No hay mejor forma de conseguir que el objetivo número seis de los ODS se haga realidad que respetando y mimetizando el ciclo natural del agua. Cualquier actividad de consumo o producción que requiera de agua tiene que inspirar su diseño en el propio ciclo natural de este preciado bien. Aun así, habrá partes del planeta en las que, por sus características geológicas y climáticas, nos encontraremos ante escasez de agua potable. En estos casos, el papel de la inversión con criterios de impacto será fundamental para revertir estas situaciones. Pero, para que esas inversiones den frutos sostenibles y respetuosos con los ecosistemas en los que actúan, debemos actuar con criterios bioeconómicos. De no hacerlo así, lo único que conseguiremos será mitigar problemas a corto plazo y desplazar los retos principales hacia el futuro. El desequilibrio sistémico seguirá presente.