Oriol Montanyà
Director del Observatorio de Sostenibilidad
Director del Postgrado en Total Supply Chain Management
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"No news, good news". Este es uno de los eslóganes más repetidos entre los profesionales de las cadenas de suministro, ya que son plenamente conscientes de que la estabilidad es una de sus mejores aliadas. Sin embargo, en los últimos tiempos hemos vivido episodios muy noticiables, provocando que el engranaje logístico mundial se instale en un contexto de alta incertidumbre, cosa que dificulta en gran medida el aprovisionamiento de productos y servicios.
Cuando todavía nos estamos recuperando de la llamada crisis de los contenedores, generada por un desajuste repentino entre la oferta y la demanda de transporte marítimo, ya asoma otro evento de primera magnitud que impactará de lleno en las cadenas de valor de muchas empresas: el conflicto entre Rusia y Ucrania.
La reiteración de crisis acelera el debate sobre el modelo paradigmático de cadena de suministro
Estamos hablando de dos países con un alto potencial productor y exportador, así que las interrupciones en determinadas transacciones comerciales derivadas de la propia guerra o de las sanciones económicas cruzadas son susceptibles de tener consecuencias a escala global.
Aunque las compañías europeas no tengan un elevado número de proveedores rusos y ucranianos en su primer nivel de relaciones, la realidad es que estos van ganando presencia a medida que escalamos en las cadenas de suministro, y muy especialmente cuando llegamos a las materias primas que alimentan todo el proceso. Hay como mínimo cuatro sectores de actividad que están muy expuestos a tener dificultades en el servicio de algunos de sus componentes: la energía, la alimentación, la automoción y la tecnología.
El sector energético ha sido el primero en sufrir las secuelas de la situación actual, y no es de extrañar, ya que Rusia es el segundo mayor exportador mundial de petróleo, solo por detrás de Arabia Saudita. Además, lidera el ranking de países en el negocio del gas natural, siendo la fuente que aporta el 40% de esta energía a la Unión Europea.
Hay como mínimo cuatro sectores de actividad expuestos a tener dificultades: la energía, la alimentación, la automoción y la tecnología
La alimentación también se puede ver ampliamente afectada, ya que la guerra enfrenta a dos actores muy relevantes en la producción de cereales (como el trigo, el maíz, el centeno o la cebada), que están presentes en multitud de comestibles, tanto para la nutrición humana como animal. Sin ir más lejos, Rusia es el primer país en exportaciones de trigo, mientras que Ucrania aprovisiona el 35% de todos los cereales que entran en la Unión Europea.
Por otro lado, en la zona de conflicto también se producen grandes cantidades de metales que intervienen en la fabricación de coches, electrodomésticos o dispositivos tecnológicos. Por ejemplo, se calcula que Rusia acumula entre un 5% y un 10% de las reservas mundiales de aluminio, cobre y níquel. Asimismo, produce un 40% de todo el paladio, que es un elemento esencial para la industria automovilística. En la misma línea, Ucrania es un gran aprovisionador de níquel, el gas que se utiliza en la producción de los famosos chips electrónicos.
En función de la duración e intensidad de la guerra, veremos en qué grado se manifiestan los problemas de disponibilidad de producto y de aumento en los costes de distribución, ya que son los dos perjuicios que normalmente emergen cuando las cadenas de suministro globales dejan de funcionar de manera óptima. Ya lo vimos cuando el inicio de la pandemia cogió a contrapié a algunos sectores, cuando el barco Ever Given quedó atrapado en el Canal Suez poniendo en jaque a parte del comercio internacional, o cuando la recuperación económica de finales de 2021 colapsó las principales rutas marítimas.
Precisamente, la reiteración de episodios traumáticos ha acelerado el debate sobre el modelo paradigmático de cadena de suministro, ya que ha caído definitivamente el mito de la invulnerabilidad que hace 40 años alimentó la deslocalización industrial y el diseño de unos procesos logísticos anclados exclusivamente en la reducción de costes. Ahora ya sabemos que, en pleno siglo XXI, también podemos sufrir graves crisis políticas, ambientales o sanitarias, así que la eficiencia debe complementarse con altas dosis de resiliencia, construyendo cadenas de suministro más cortas, más colaborativas y más sostenibles.