Mathilde Brodu
Responsable del Programa Cultura de la UPF-BSM
En los diccionarios, la primera definición que encontramos para precisar el calificativo "esencial" es que, en primer lugar, "no es un accidente". La esencia es lo que constituye la realidad permanente de las cosas, por oposición a las modificaciones superficiales. Por tanto, lo que es esencial pertenece a lo que son las cosas de una forma necesaria.
"Esencial: perteneciente a la esencia, que constituye la esencia"
"Esencia: aquello por lo que algo es lo que es; lo que hay en algo de permanente e invariable; lo que constituye el fondo del ser, la naturaleza propia de algo" (Diccionari general de la llengua catalana, Pompeu Fabra)
¿Qué pasa cuando una sociedad se constituye como tal sin "cultura"? ¿Todavía podemos decir que la sociedad existe? ¿No pierde su esencia? Volvemos al diccionario y leemos cómo se puede definir "sociedad". Sociedad significa un conjunto organizado de individuos que tienen entre ellos relaciones de dependencia y que estas se pueden expresar con unas reglas naturales o convencionales. Imaginemos, pues, que sacamos de la definición que acabamos de fijar para sociedad el concepto cultura. Cultura como espacio donde se aprende, donde se estudia, donde nos entretenemos, donde nos distraemos, donde escribimos, donde bailamos, donde cantamos, donde pintamos... en definitiva, donde conversamos. Saquemos de la sociedad todo aquello con lo que la expresión individual interesa al conjunto de observadores y, en este caso, el conjunto de consumidores. De entrada es fácil imaginar que no quedaría nada de festividades, actividades colectivas: Navidad, Sant Jordi, festivales, premios, conciertos, teatros, cines, cafés, restaurantes... Pero, aunque de entrada no caigamos en la cuenta, tampoco no quedaría nada en las escuelas y en el mundo de la educación en general. Y, bien pensado, si eliminamos la cultura de la sociedad, ¿qué quedaría de lo que llamamos vida personal y familiar?
Cuando el virus invade nuestras vidas, poniendo tantas de ellas en peligro, las medidas destinadas a proteger nuestra salud parecen pocas. ¿Quién se atrevería a criticarlas? ¿A ponerlas en duda? Al fin y al cabo, nos encontramos en un episodio terrible donde no podemos perder el tiempo reclamando condiciones individuales. No hay alternativa: todos debemos contribuir al bienestar general. Ahora bien, estas medidas nos sitúan ante una paradoja: para proteger la sociedad debemos reducir la sociedad. Debemos separarnos, distanciarnos, escondernos, casi, los unos de los otros. A todo esto lo llamamos "gestos barrera": barreras invisibles, mentales, que nos hacen imaginar una distancia imposible paliada por las pantallas u otros artefactos. En el vacío que deja la sociedad ausente, parece que la cultura se vaya aspirada hacia una desaparición trágica: se cierran librerías, teatros, cines, salas de deporte, estadios... en fin, todos los espacios donde el reencuentro social se producía por motivos de actividad intelectual, actividad cultural como más nos gusta llamarla.
Quizás no hay nada más eficaz que las pérdidas para darnos cuenta de lo que tenemos. Ahora parece que todos nos hemos hecho lectores y necesitamos con urgencia y con gran ansiedad consumir nuestra dosis de material: colas en las puertas de las librerías, nervios para acceder a los conciertos, ansias por ver más películas que horas tiene el día. Los libreros, preguntados sobre su situación particular, nos decían que vendían, entre otros productos, novelas muy largas. De repente, todos nos hemos dispuesto a leer con pasión estos "tochos" que ignoramos, normalmente, con la misma cantidad de argumentos. Hemos visto más de una videoconferencia decorada con falsas estanterías: el experto, el empleado o el director deben exhibir de dónde han sacado tanta expertise, tanta ciencia. Estar acompañados de inmensas estanterías es garantía de inteligencia, de criterio.
¿Será esto, la cultura? Recientemente, el catedrático y director y creador del Máster en Edición de la UPF-BSM, Javier Aparicio Maydeu, nos recordaba que, justamente, la cultura no es un gadget, no es un atrezzo en el gran teatro de las apariencias.
En Francia, las librerías –así como todos los lugares donde se vendían libros– han cerrado. Hemos visto fotografías que rozan la locura: "Prohibido vender libros". Todavía temblamos recordando a qué velocidad los nazis se encargaron de quemar libros, justo al empezar la guerra. No hay un acto de cultura que no sea, a su vez, un acto de barbarie, nos dice Walter Benjamin. ¿Qué quiere decir?
Nunca nos habíamos planteado manifestarnos a favor de los lugares artísticos. Los tenemos al alcance y nos hemos acostumbrado a consumir otros medios más inmediatos como Netflix. Pero ahora ya nos alimenta como querríamos. ¿Qué perdemos sin los teatros, conciertos, librerías o bibliotecas? Perdemos mucho más que la interacción social con amigos y familia, perdemos una ocasión única para aprender. Cuando seamos capaces de asumir que cultura es igual a educación, entonces valoraremos hasta qué punto nuestra sociedad está en peligro cuando la cultura se apaga.
En el corazón de la reivindicación de la cultura como bien esencial está, evidentemente, el drama social y económico que afecta a muchos sectores. Cerrarán muchas tiendas, librerías históricas, teatros y salas de espectáculos. De hecho, si paseas por la ciudad, aquí o en cualquier lugar del mundo, la desolación es la misma. Y con ella, la de miles de trabajadores implicados en los muchos y distintos oficios de la cultura. Desde técnicos hasta personal de administración, ayudantes, asistentes, músicos, actores... la gran familia de la cultura se queda en el paro y con su paralización, se paran muchas vidas.
¿Es justo, pues, plantear el debate sobre la cultura como un bien esencial cuando nos jugamos la vida? ¿Es justo interponer cualquier toma de decisiones pensando simplemente en la supervivencia de las personas? A menudo nos han presentado la pandemia como un campo de batalla donde se trataba, como buenos soldados, de ganar la partida al virus. En este caso, ¿seremos tan fútiles como para pensar en otra cosa que la vida o la muerte? La situación en la que vivimos tiene más de una cara: los datos económicos también son datos de salud. La miseria también es salud y, desgraciadamente, la cadena de causas y consecuencias no es nada fácil de analizar si somos capaces de pensar de una forma más global, más generosa.
Para pensar en ello debemos recordar lo que decían todos aquellos libros que hemos encargado, que queremos sí o sí para disfrazar nuestros comedores y salones para hacernos quedar bien. ¿Qué decían, los clásicos, sobre la libertad y la cuestión de la cultura? ¿Si no hay cultura, no tendremos nada que decirnos? ¿De qué charlaremos? Pensaban en eso los políticos que acaban de inscribir en los vagones de tren, pensando también en la protección de nuestra vida, la etiqueta surrealista, poética si no fuese tan dramática: "tren del silencio".