Jorge Carrión
- Profesor y director del Máster en Creación Literaria de la UPF Barcelona School of Management
La serie de la que todo el mundo está hablando en estos momentos es The Last Dance, un documental de Michael Tollin para ESPN y Netflix sobre los Chicago Bulls de Michael Jordan, el mejor equipo de baloncesto de la historia. Después de coronarse como el mejor jugador de la NBA, Jordan se convirtió durante los años 90 es una megastrella. Tras su participación en el Dream Team de los Juegos Olímpicos de Barcelona, el baloncesto se convirtió en un deporte de moda en todo el mundo. Ningunas bambas han vuelto a tener el aura que tuvieron las Air Jordan de Nike.
Aunque el gran protagonista es indiscutible, los diez capítulos nos dejan claro que los títulos que cosechó Jordan en su carrera fueron el resultado de un trabajo en equipo. Otros dos jugadores, Scottie Pippen y Dennis Rodman; el entrenador, Phil Jackson; y el gerente general de los Bulls, Jerry Krause son las caras más visibles de un proyecto que, en realidad, implicó a muchos otros jugadores, técnicos y ejecutivos. Algunos de ellos disfrutan de merecidos minutos en el metraje. Todo éxito individual es siempre un éxito colectivo.
Aunque sean muchos los momentos de emoción, esfuerzo, superación y triunfo épico que nos erizan la piel mientras vemos la docuserie, también son muchos los detalles que revelan que el liderazgo de Michael Jordan, aunque fuera sobre todo inspirador, también tenía aspectos tóxicos. Esa dimensión nos invita a reconsiderar las estrategias de gestión empresarial, a la luz del siglo XXI. Las series de televisión son observatorios privilegiados de la sociedad, la política, la cultura o la tecnología en nuestra época. Por eso no es de extrañar que nos permitan pensar la evolución del management en estas dos primeras décadas. Al fin y al cabo, son productos de entretenimiento generados por enormes estructuras corporativas y creativas. Es decir: todas las series son, en sí mismas, el resultado de complejos procesos de gestión.
La progresión más clara tiene que ver con el género. No hay más que comparar las estructuras jerárquicas de las primeras series de la tercera edad de oro de la televisión, El ala oeste de la Casa Blanca y Los Soprano, en cuya cúspide siempre hay hombres, con las terceras temporadas de Ozark o de Killing Eve, que se han estrenado este año, y en las que las mujeres han tomado las riendas del poder. Esa feminización de los puestos directivos no ha rebajado el nivel de violencia en las series políticas o thriller, que finalmente se deben a los mecanismos trágicos y melodramáticos tradicionales. Pero sí ha permitido la canonización de series muy distintas a las que crearon David Chase, Aaron Sorkin, David Simon o Matthew Weiner durante la primera década del siglo, con sus hombres atormentados en sus centros narrativos.
Series más poéticas, más simpáticas, igualmente brillantes, como Transparent, de Jill Soloway, La maravillosa Señora Maisel, de Amy Sherman-Palladino, o Fleabag, de Phoebe Waller-Bridge, han ganado en los últimos años los premios más prestigiosos de la industria televisiva, demostrando que existe una alternativa al mundo oscuro y nihilista que predomina en las series dramáticas de hoy.
Esa alternativa afecta tanto al ámbito de la producción como al de la representación. Las series ya no son la obra de un show-runner que, como Michael Jordan, impone a cualquier precio su autoridad y su talento, sino de líderes con mucha mano izquierda y de redes creativas que saben sacar de las colaboraciones el máximo partido. Por eso no es de extrañar que en Juego de Tronos, The Good Fight , Mrs America y tantas otras series recientes veamos liderazgos colectivos en vez de protagonismos únicos. No en vano, en estos momentos tan duros, los gobernantes más nefastos (Putin, Bolsonaro, Trump, Ortega, Maduro) cultivan personalidades autoritarias y protagónicas; mientras que los países que mejor se están enfrentando a la crisis de la COVID-19 están dirigidos por hombres, y sobre todo por mujeres, que saben delegar y trabajar en equipo.