Xavier Freixas, director del Máster Universitario en Finanzas y Banca
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El organismo regulador del mercado de valores de Estados Unidos, la Security Exchange Comission (SEC), autorizó el pasado 19 de octubre el primer fondo cotizado ETF de Bitcoin de la historia. Ya anteriormente, el Chicago Mercantile Exchange había abierto un Mercado de futuros sobre Bitcoin. Todo ello, mientras, a principios de septiembre, el autodenominado Emperador de El Salvador decidía dar curso legal al Bitcoin y, a finales del mismo mes, el Banco Popular de China anunciaba la prohibición de todas las operaciones en monedas virtuales. Mientras escribo este artículo, el precio del Bitcoin está en 54,003.36 €, y cuando usted lo lea el precio será totalmente distinto. Desde su lanzamiento, el precio de un Bitcoin ha aumentado de forma espectacular, pero con una volatilidad vertiginosa, llegando desde pérdidas del 74% hasta ganancias del 305%. Con la legitimidad que le confiere ser una forma de inversión reconocida por la SEC, los Bitcoin con la elegancia matemática subyacente a la tecnología blockchain parecen entrar ahora, casi 13 años después de su creación, en una fase de madurez.
Me sorprende constatar que, en la actualidad, algunos fondos de inversión han empezado a invertir en Bitcoin. A priori, dicha decisión podría justificarse por la alta rentabilidad histórica de la criptomoneda combinada con la poca correlación que sus variaciones tienen con el mercado bursátil. Dichas características hacen que el Bitcoin pueda ser atractivo, siguiendo los criterios de Markowitz, cuyas investigaciones le hicieron merecedor del Premio Nobel de economía en 1990, puesto que permitiría aumentar la rentabilidad de una cartera sin aumentar su riesgo. Sin embargo, las rentabilidades históricas no predicen las rentabilidades futuras, y en el caso de los Bitcoin, como vamos a ver, la evolución futura es particularmente difícil de predecir.
Analicemos pues la inversión en Bitcoin desde la perspectiva del llamado value investment, de Benjamín Graham y Warren Buffet, y preguntémonos ¿Cuál es el modelo de negocio? ¿Qué valor económico añadido se genera? ¿Cuál es la estrategia de la empresa en cuanto a cuestiones ambientales sociales y de gobernanza? ¿Qué defensas tiene la empresa frente a la competencia potencial?
La inversión en Bitcoin se asimila más a la inversión en filatelia, donde invertimos en un pequeño trozo de papel con la esperanza de que otros estén dispuestos a pagar más por él en el futuro
Empecemos por el modelo de negocio. Si adquiero una acción del BBVA compro una parte de sus beneficios, y por cada euro invertido obtendré unos beneficios futuros que hoy estimo en 0,17 € por año. La inversión en Bitcoin, en cambio, no produce beneficio alguno, y esta es la razón por la que es difícil predecir la evolución futura de su precio. También es cero el valor económico añadido, el margen de beneficios y el EBITDA. Así, desde este punto de vista, la inversión en Bitcoin se asimila más a la inversión en filatelia, donde invertimos en un pequeño trozo de papel con la esperanza de que otros estén dispuestos a pagar más por él en el futuro. La posibilidad de analizar la política de dividendos ni se plantea. En definitiva, si nos basamos en los dividendos futuros descontados, el valor intrínseco del Bitcoin es cero. Para que aumente su precio es necesario que entren nuevos inversores, como en un típico esquema piramidal.
Si examinamos los criterios ASG para determinar las implicaciones en cuanto a cuestiones ambientales, sociales y de gobernanza, el panorama no es nada halagüeño. En primer lugar, el Bitcoin es la moneda por excelencia del internet profundo que se utiliza para pagar los rescates de los secuestros, y para el crimen más o menos organizado, lavado de dinero, financiación del terrorismo y evasión de impuestos.
En segundo lugar, se trata de una catástrofe ecológica. Para validar transacciones es necesario que los llamados mineros, actuando de forma descentralizada, procedan a resolver un problema matemático cuya complejidad va en aumento con el tiempo. El proceso requiere superordenadores que consumen energía, tanto para el ordenador como para su refrigeración. En el caso de los Bitcoin, el proceso implicaba un consumo anual de 144.28 TWH (Teravatios por hora), el 0,66 % de la energía producida en el planeta, equivalente al consumo de electricidad de Suiza. No es sorprendente, pues, que el CEO de Tesla, Elon Musk, acabara distanciándose de las operaciones en Bitcoin.
El valor intrínseco del Bitcoin es cero. Para que aumente su precio es necesario que entren nuevos inversores, como en un típico esquema piramidal.
Finalmente, en cuanto a posibles barreras a la entrada que limiten la competencia, aunque en la actualidad se calcula que el Bitcoin tiene casi un 90% del mercado, no existe una clara ventaja del Bitcoin frente a sus competidores, con excepción, claro está, de la liquidez asociada al volumen de Bitcoin en “circulación”. Recordemos que existen unas 6,000 criptomonedas en el mundo y, aunque muchas de ellas puedan corresponder a estafas del tipo “take the money and run”, la plataforma Ethereum, que emite la criptomoneda Ether, a veces llamada “la hermana pequeña de Bitcoin”, permite, además de realizar transacciones, gestionar contratos inteligentes.
En definitiva, el conocido aforismo de Warren buffet “solo cuando baja la marea se sabe quién nadaba desnudo” resume perfectamente la decisión de inversión. Si compramos Bitcoin podremos ganar dinero, pero el día en que baje la marea podemos perder todo el capital acumulado. Con las criptomonedas dejamos de invertir en bolsa para especular.