Albert Molinos, alumno del Posgrado de Desarrollo Directivo en Negocios Sostenibles.
Jaime Batlle, director académico del Posgrado de Desarrollo Directivo en Negocios Sostenibles.
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Una de las preguntas más interesantes que me han surgido al realizar el Programa Posgrado de Desarrollo Directivo de Negocios Sostenibles es si la sostenibilidad tiene ideología o, incluso, si la sostenibilidad debe tener ideología.
A día de hoy, la sostenibilidad de manera genérica se contrapone al desarrollo y al mantenimiento de los modelos de negocio tradicionales, basados en esquemas de consumo desenfrenado de recursos naturales y energía barata de origen fósil. Por el contrario, la producción sostenible busca la utilización más eficiente de los recursos, el producir más con menos.
Al mismo tiempo, el consumo sostenible implica un estilo de vida más responsable: consumir menos y mejor, alargar los ciclos de vida, reutilizar, reciclar. Por lo tanto, el modelo sostenible de economía verde busca en última instancia desvincular el crecimiento económico del consumo de energía y recursos. Ahora bien, si se producen menos “cosas” y se consumen menos “cosas”, y esto sucede de manera global, parece evidente que afectará al modelo liberal económico, basado en las leyes del mercado lo que implica ganar lo máximo en el menor tiempo posible. Del mismo modo, regiones del planeta ligadas a modelos de negocio y productivos tradicionales, pueden sufrir si la transición es brusca. Es por ello que existen áreas socio-económicas, donde la transición a la economía sostenible o verde genera un importante rechazo.
La sostenibilidad no es de izquierdas ni de derechas, ni socialista ni liberal. Debería entenderse como un compromiso de nuestra generación con las futuras.
El debate está en cómo realizar el tránsito sin sobresaltos, para pasar de un modelo económico actual insostenible, a uno sostenible capaz de contribuir a detener el cambio climático global, teniendo en cuenta que la responsabilidad del calentamiento global lo es de los países más industrializados del planeta.
Si entendemos la política como una forma de hacer las cosas, lo que implica una forma de abordar los problemas de la sociedad, la sostenibilidad como objetivo general y revertir el cambio climático como meta concreta, pasan a formar parte del ámbito político. Y aquí vemos claramente como la política de derechas o liberal tiende a negar el problema, como ocurre en EEUU, donde para tener opciones de elección en el lado republicano es condición indispensable negar el cambio climático.
Mientras que en Europa las posiciones liberales tienden a un washing face con clara tendencia legislativa y de influencia como lobby, mientras la izquierda con todos los matices diferenciadores a uno y otro lado del atlántico tiende a apropiarse del concepto en tanto en cuanto lo conecta al “progresismo”, la redistribución de la riqueza y la igualdad social. Los movimientos ecosocialistas incluso abogan por una contracción de la economía en aras de la sostenibilidad y la mitigación del calentamiento global. Sin embargo, en cuanto la sostenibilidad o el cambio climático aterriza con medidas tan impopulares como reducir turnos o cerrar determinadas actividades, por la sostenibilidad medioambiental, ahí la política de izquierda tiende a orientarse a las necesidades a corto plazo de las personas y no tanto en la sostenibilidad medioambiental o el cambio climático. Resumiendo, la derecha niega el problema y la izquierda lo utiliza.
Las políticas woke y el greenwashing
En un mundo políticamente tan polarizado, donde se están imponiendo los mensajes políticos directos e inmediatos, la asociación ideológica de los postulados de la sostenibilidad y la economía verde tiene un riesgo extremo. Tiene el riesgo estos postulados sean percibidos como “de los otros”. Las personas que se definen como conservadoras o liberales etiquetarán a la sostenibilidad como woke. Las personas de izquierda percibirán que cualquier iniciativa en pro de la sostenibilidad auspiciada por una multinacional, por honesta e impactante que sea, son puro greenwashing.
Esto nos lleva a la conclusión de que la política debe ser parte de la solución, no del problema. Las posiciones negacionistas de algunos países y gobiernos son absolutamente perjudiciales en el medio y en el largo plazo, aunque puedan generar un rédito electoral inmediato. Del mismo modo, las posiciones legislativas maximalistas de otros, puede provocar el efecto de ahuyentar a los actores económicos y al capital, que quizás pueda aceptar enfoque posibilistas y progresivos.
Las empresas son conscientes del cambio de paradigma, y que los consumidores, cada vez más, exigen un comportamiento mucho más sostenible social y medioambientalmente.
La solución, si la hay, vendrá de la tecnología y del mercado. Respetando el medio ambiente en su vertiente productiva (oferta), mientras la demanda -donde está realmente la solución- debe tener soluciones a mano para seguir consumiendo de manera altamente consciente sin alterar el medio ambiente y respetando las comunidades donde se producen los bienes.
Nos enfrentamos a un problema muy serio que no se puede abordar desde posiciones políticas conocidas. Cabe confiar en la tecnología y/o en un cambio de paradigma global y social, que hoy es inviable por razones obvias y que podemos comprobar cada día al abrir la prensa por la mañana.
Desde el espectro político hacen falta líderes que impulsen un cambio de consumo sostenible, pues la solución vendrá desde el lado de la demanda como factor regulador del mercado, que requerirá a las empresas bienes de consumo producidos de manera responsable, con bajo impacto y huella de carbono sostenible, que respeten el entorno y las comunidades donde se producen estos bienes con salarios dignos.
La sostenibilidad, un compromiso generacional
Las empresas, en su gran mayoría, son conscientes del cambio de paradigma, y que los consumidores, cada vez más, exigen un comportamiento mucho más sostenible social y medioambientalmente. Es por ello que la gran mayoría tienen iniciativas de sostenibilidad más o menos ambiciosas, dentro de una actitud posibilita.
Otra solución es la suerte, tan aleatoria como improbable. Que el cambio de paradigma venga obligado por un factor global que obligue a una reducción del consumo planetario. En realidad no sería más que adelantar el resultado de una forma más suave.
No, definitivamente la política no es la solución. Nuestro futuro como especie y el hábitat que ocupamos no debería estar en manos de posiciones ideológicas. La sostenibilidad no es de izquierdas ni de derechas, no es socialista ni liberal. La sostenibilidad debería entenderse como un compromiso de nuestra generación con las generaciones futuras. Y este compromiso se debe cimentar, no en imposiciones, sino en acuerdos y consensos entre los actores económicos, consumidores, gobiernos, sociedad civil, mundo científico.
Un compromiso de las personas de hoy con las personas del mañana. Por esta razón, olvidemos la ideología, y confiemos en las personas.