Toni Aira
-Miembro del grupo investigador POLCOM de la UPF
-Director del Máster en Comunicación Política e Institucional en la UPF-BSM
Un meme de Internet, estas semanas de confinamiento, contraponía un típico calendario semanal y sus habituales días, con otro creado para la ocasión y que básicamente contaba con tres momentos: ayer, hoy y mañana. El calendario semanal, patas arriba, como todas nuestras vidas de la noche a la mañana por culpa del Covid-19, y a partir de ahí también con el conjunto del calendario reformulado, cuanto menos a nivel existencial, tal y como lo habíamos conocido hasta ahora.
Porque si en el siglo VI, gracias a los cálculos del matemático, astrónomo y monje Dionisio El Exiguo, se empezaron a contar los años a partir del nacimiento de Jesús, antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.), nuestras particulares vidas como atribulados ciudadanos de principios del siglo XXI es obvio que a partir de 2020 pasaremos a contarlas con un a.c. y un d.c. alternativos, antes del confinamiento y después del confinamiento. Pero es que, además, nuestra política, sus maneras y sus líderes, también se han dado de bruces con sus particulares a.C. y d.C., antes del Covid-19 y después del Covid-19. Antes del coronavirus y después del coronavirus. De cuando todo fue puesto a prueba, una durísima prueba de estrés que también tensiona las costuras de los liderazgos políticos contemporáneos y que los hace temblar de punta a punta del globo, abrazados como lo han estado desde hace tanto tiempo al imperio de unas emociones de golpe más a flor de piel que nunca.
Todo ello, para acabarlo de complicar, en tiempos de difusión masiva y veloz de fake news. Y si bien la medicina es una ciencia, es igualmente cierto que se presta a la desinformación, ya que las noticias que la acompañan no acostumbran a ser categóricas. ¿Les suena aquello de la "segunda opinión" que a menudo buscamos los ciudadanos cuando nos enfrentamos al diagnóstico de un médico? Pues eso afecta a las informaciones sobre cuestiones médicas. Partiendo de esta base, con esta tendencia presente, más en un momento crítico, angustioso y lleno de incertidumbre, en un mundo dominado por lo racional, el liderazgo institucional y político, para mirar de superar el bache, debería ayudar a superarlo con certidumbres y con soluciones prácticas. ¿Que eso es más buscar héroes que líderes? No, si atendemos a la definición misma del concepto líder, que según el diccionario de la RAE describe en su primera acepción a la "persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u colectividad". Acción, dirección, confianza. No retórica vacía ni suma de desinformación o de temores. Pero eso, claro está, lo planteo sobre todo pensando en un mundo dominado por lo racional, no tanto en nuestras sociedades adictas al imperio de la emoción. No hasta ahora, como mínimo.
Que los canales oficiales de los gobiernos es evidente que no son neutros, pero de ahí a que la inmensa mayoría de Ejecutivos mundiales hayan aprovechado el estallido de la crisis del coronavirus para arrimar el ascua a su sardina solo se explica por la política de las emociones que dirige partidos e instituciones de punta a punta del globo (con honrosas excepciones). Esa venta de humo, de gas emocional, que se dedica a proyectar percepciones que demasiado a menudo viven realidad a parte. ¿Podría ser que la crisis del coronavirus haya hecho colapsar con esta tendencia mundial?
Un popular anuncio de los años noventa del siglo pasado defendía que "la primera impresión es la que queda". En este sentido, ¿el estallido mundial de la crisis del coronavirus cómo ha fijado a los principales líderes políticos del globo en la retina de millones de ciudadanos? Los ha retratado, está claro, a ellos y a sus estrategias mainstream antes del coronavirus (a.c.). La comunicación política e institucional deberá estudiarlo para saber si las sociedades postconfinamiento serán más exigentes con sus representantes públicos y si eso cambiará en algo el ejercicio de la cosa pública, como mínimo en la construcción, explicación y proyección de su acción.
¿Se superará la fase de construcción de relato básicamente a base de la emisión de gas emocional? ¿Se hará más perentorio acompañar (y si cabe, desplazar) palabras de apariencia vacía con hechos concretos que doten de sentido de utilidad a unas instituciones que así debería ser como más se justificaran? ¿El populismo que ante debates etéreos puede vivir del conflicto por el conflicto se sabrá identificar por capas amplias de la población como una opción más que inútil nociva para resolver problemas de calado?
Instituciones y líderes erigidos como referencia potente de información fiable y útil. Gobernantes que tengan discurso inspiracional, sí, pero basado en hechos (y datos) reales y tirando también de retórica, sí, pero clara y con palpable vocación de servicio público. Liderazgos entendidos como sensibles, no por sensibleros o sobreactuados sino por empáticos con su ciudadanía y sus circunstancias. Representantes públicos que utilicen el lenguaje, sí, no como muralla contra los ataques sino como puente para la entente en lo esencial. Administradores de lo público y electos que sepan dosificar su presencia pública, con menos ansiedad por el "salir en los medios" y con más justificación del "para qué" hacerlo. Si la pandemia del Covid-19 sirve colateralmente para imponer la parte positiva de estas dicotomías, sin duda política y ciudadanía, a nivel glocal, al fin y al cabo podríamos esperar algo positivo de la era después de la crisis del coronavirus. Habrá que estudiarlo.