Salvador Estapé
Profesor de la UPF Barcelona School of Management
Vicedecano de profesorado
En una conversación reciente con el decano hablamos sobre qué pasaría con el acto de graduación y de la dificultad de hacerlo en las actuales circunstancias. Yo le contaba como en Japón había universidades que entregaban diplomas a robots de telepresencia. Es decir, robots con un ipad de tamaño normal unido a un cuerpo de palo de escoba, y el palo sujetado a un Segway, con una cámara, un micrófono y unos altavoces.
En estos días de confinamiento muchos somos los que nos hemos tenido que habituarnos al teletrabajo. Y hemos pasado del uso simple y corriente del correo electrónico a utilizar herramientas más sofisticadas de trabajo colaborativo en remoto como Microsoft Teams, Zoom, Hangouts, Collective, etc. También el ámbito del ocio, el entretenimiento y la cultura, e incluso la actividad física, ha pasado a realizarse "a distancia". Quizá no tardaremos demasiado tiempo en ver reuniones de hologramas.
Muchas otras actividades, en cambio, han tenido peor suerte y se han visto obligadas a cancelar porque la opción remota no era factible, como todas aquellas relacionadas con el turismo y la restauración. En el comercio también hemos visto como se ha incremento la actividad online en detrimento del pequeño comercio de proximidad que, excepto en el caso de productos de alimentación y limpieza, se ha visto obligados a cerrar.
El empleo es un elemento central de la sociedad en la que vivimos. La prosperidad se basa en la calidad del trabajo. Y de ello depende en gran parte la estabilidad de la sociedad. En estos días más que nunca estamos aprendiendo a valorar a los profesionales de la salud y del cuidado de las personas. Pero, ¿qué implicaciones puede tener el coronavirus, el confinamiento y la crisis económica en el futuro del trabajo? Evidentemente el primer y más grave impacto ya se está notando con la pérdida de puestos de trabajo. Pero más allá de la pérdida directa no creo que el Covid-19 vaya a suponer un cambio notable sobre las formas de empleo, más bien pondrá en evidencia algunas de las tendencias que ya se vienen observando desde estos últimos años.
Como señala el economista Richard Baldwin en su último y muy recomendable libro [1], el término "globótica" significa una combinación de globalización y robótica. La globalización entendida como "telemigración", una nueva forma de trabajo que permite a los extranjeros prestar servicios de forma remota. Por automatización se refiere a robots de cuello blanco, software que realizan funciones que antes sólo los humanos podían realizar. Sin llegar a los extremos del personaje interpretado por Joaquin Phoenix en la película Her, seguro que más de uno estos días de confinamiento habrá empezado a "intimar" más con Alexa o algún que otro asistente digital basado en inteligencia artificial (IA ).
Como nos recuerda Baldwin, la transformación digital es la tercera gran transformación económica que ha dado forma a nuestras sociedades en los tres últimos siglos. Gracias a la primera, que se inició en el siglo XVIII, las sociedades pasaron de agrícolas a industriales. Con la segunda, iniciada en la segunda mitad de siglo XX, los servicios desplazaron a la industria como principal sector de la economía. La actual transformación se centra sobre todo en el sector servicios, y está desplazando trabajadores hacia puestos de trabajo al margen de la competencia ( "protegidos") de los telemigrantes y de robots de cuello blanco. Se trata de una transformación iniciada en la década de 1970 cuando se empezó a generalizar el uso de los ordenadores y los circuitos integrados. Fue durante este periodo que la automatización supuso el cruce de una divisoria, permitiéndonos pasar de trabajar con las manos y los músculos a hacerlo con la cabeza y el cerebro. Sin embargo, en aquel momento, los ordenadores sólo podían efectuar un tipo de pensamiento muy limitado. De hecho, ni siquiera pensaban en un sentido estricto. Sólo seguían instrucciones.
En cambio, la tecnología digital ha llevado a la informática a cruzar una segunda divisoria. Gracias al "aprendizaje automático", desde hace tres o cuatro años, los ordenadores son tan buenos como los seres humanos en algunas tareas mentales instintivas e inconscientes. Por ejemplo, el reconocimiento de patrones del habla o el traductor de Google. La consecuencia de este nuevo tipo de ordenador "pensante" es que ahora la automatización afecta a los trabajadores de oficina, no sólo a los de la fábrica del pasado.
En los siglos XIX y XX la automatización y la globalización desplazaron muchos puestos de trabajo. Pero la inagotable creatividad humana inventó "necesidades" inimaginables en el pasado. Por eso muchos de nosotros hoy en día trabajamos en empleos que les habrían parecido raros a nuestros tatarabuelos. Los empleos se crearon en sectores de servicios que estaban a salvo de la automatización y la globalización. Hoy volverá a pasar lo mismo, aparecerán puestos de trabajo en sectores protegidos de este "dúo dinámico". Pero, ¿qué tipo de puestos de trabajo serán?
No sabemos cuáles serán los nuevos puestos de trabajo, pero podemos especular sobre cómo serán las ocupaciones protegidas del futuro si analizamos la ventaja competitiva de los telemigrantes y los robots, nos dice Baldwin. Los puestos de trabajo que sobrevivan a la competencia de los telemigrants serán los que requieran interacciones cara a cara. Porque hay un tipo de comunicación cara a cara que resulta mucho más valiosa que la remota. Así pues, los puestos de trabajo que sobrevivan y los nuevos que surjan deberán desarrollarse en un centro de trabajo físico. La consecuencia de esto es clara: gracias a estos puestos de trabajo, seremos más locales y seguramente más urbanos. Dicho de otro modo, los puestos de trabajo que sobrevivan a la competencia de la IA y los nuevos empleos que se creen serán aquellos que subrayen las grandes ventajas del trato humano. Sabemos que las máquinas (de momento) no han tenido mucho éxito a la hora de adquirir la inteligencia social, inteligencia emocional, la creatividad, el espíritu innovador o capacidad para afrontar situaciones imprevistas, ni son capaces de coordinar muchas personas. El espíritu humano será importante en casi todos los puestos de trabajo de futuro. Por lo tanto, la economía del futuro será más local y más humana.
Los sectores protegidos del futuro serán aquellos en los que las personas tengan que estar juntas haciendo cosas en las que el espíritu humano suponga una ventaja. Esto significará que en nuestra vida laboral habrá más afecto, contacto, comprensión, creación, empatía, innovación y gestión entre personas que están efectivamente en el mismo espacio. Todo lo demás lo harán las máquinas.
En definitiva, la globalización y la automatización han despegado al mismo tiempo, y ambas avanzan a un ritmo explosivo. Pero como señala Baldwin, que no deja de ser un economista de la corriente dominante, el progreso puede ser fantástico pero también puede conllevar sufrimiento. Sacar provecho del progreso y aliviar el malestar no será fácil. Es aquí donde los gobiernos, a fin de evitar el incremento de la precariedad laboral, deberán ayudar a los trabajadores a adaptarse a este nuevo desplazamiento de los puestos de trabajo. Y si es necesario, ayudar también a ralentizar el ritmo de progreso. Porque la adaptación a este cambio laboral no puede suponer un incremento de la inseguridad económica para los trabajadores.
[1] Baldwin, Richard, The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics and the Future of Work, 2019 (La convulsión globótica, Antoni Bosch Editor, 2019).