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La mediación como antídoto contra la LGTBIfobia

11 Mayo - 2021
LGTBI

Javier Wilhelm Wainzstein
Director del Máster en Mediación Profesional


Ale desde pequeño se dio cuenta de que algo que sentía era mejor no expresarlo en casa. El recuerdo, a sus 6 años, cuando se negó a aceptar el regalo de Navidad de sus abuelos, fue un disgusto para su familia e inolvidable para él. Tampoco entendió por qué la madre pareció que no le escuchaba cuando le pidió que no quería llevar faldas al cole y que con pantalones se sentía más cómodo.

A medida que fue creciendo, en la escuela, los amigos del barrio o los primos lo incluían para jugar a juegos que le hacían sentir que había descubierto su pasión y su lugar en el mundo. Vería que era el único niño que se llamaba diferente y muchas niñas no entendían su pasión por "juegos de varones". Entendió que era mejor no contar todo lo que pensaba y veía, porque los adultos (progenitores, profesorado y otros) respondían con evasivas a lo que preguntaba. Y así un día dejó de preguntar.

A sus 12 años, entendió que su nombre confundía a la gente y se plantó frente a sus padres y les dijo que él era Alejandro, no Alejandra como muchos le habían dicho toda su vida. La respuesta ya no fue el silencio, sino el enfado. Le recriminaron que no se supiera comportar, que iba a ser una vergüenza para su familia, que no sabía mirar lo que veía en el espejo y que se dejara de tonterías y que de ese tema no se hablaría más en casa. Él les recordó que lo habían educando diciéndole que las cosas se debían hablar de frente y con la verdad y que, si su verdad no era la que querían escuchar, entonces deberían taparse las orejas y los ojos como los monos de Gibraltar, pero que su vida era la que era. Nunca supo de dónde sacó tanto valor para decir esas palabras y se sumió en una tristeza, desazón y desesperación durante mucho tiempo.

Un tiempo después Ale conoció en el instituto a Pedro. Se hicieron amigos rápidamente. Pedro hablaba con él como nadie lo había hecho, lo trataba como uno más.

Cuando Ale le contó lo que le pasaba y el dolor de sentir que sus padres no lo aceptaban ni le querían, Pedro le explicó que él había vivido una situación parecida hace un tiempo cuando habló con sus padres explicándoles que era gay. Y aunque al principio no lo comprendieron y quisieron echarlo de su casa, finalmente por medio de una tutora del instituto fueron a un mediador que les ayudó a poder hablar de forma adecuada. Él pudo explicar lo que sentía sin que le interrumpieran, los padres pudieron contar que tenían miedo a que su hijo sufriera y entre todos tuvieron la oportunidad de conversar en un espacio tranquilo sobre cómo iban a vivir juntos. Su vida cambió. Ese lugar donde los padres le permitieron ser le dio energía para tirar adelante y fortalecerse. Al final, si ellos lograban respetarlo y aceptarlo, los demás tendrían que hacerlo también.

La mediación creemos que es la mejor oportunidad para que las personas que no se sienten escuchadas o creen que no pueden expresarse lo hagan en un ámbito de confidencialidad, cercanía y confianza. Los y las profesionales de la mediación trabajamos para que las familias reconstruyan relaciones dañadas y puedan llegar a pactos que les den un camino posible a recorrer; donde cada parte pueda expresar lo que necesita de los otros, y viceversa, y las familias puedan aprender a vivir respetando la diversidad y la identidad de cada uno de sus miembros.

A las puertas de la Semana Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia queremos contar que muchas personas que han pasado por situaciones como las de Ale y Pedro y sus progenitores han encontrado un lugar donde nadie los juzga por sus ideas o creencias, pero sí les ayuda a reconstruir una convivencia posible, acercándose a los otros a través de la escucha y el respeto por las dificultades de cada uno frente a una situación, a veces desconocida, otras con mucho dolor y silencios que han construido un muro que les separa y que poco a poco podemos ayudar a disolver en el espacio adecuado, con profesionales que saben escuchar y dan espacio para que esa escucha se potencie entre los participantes.

El reconocimiento del otro como alguien diferente a mí es el primer paso para respetarlo y, a veces, aceptarlo.

Como mediador, desde hace más de 25 años he visto que muchas veces los padres no son los que hubiéramos elegido para nosotros y los hijos tampoco cumplen los sueños que los padres depositaron en ellos; aprender a renunciar a los ideales es la oportunidad de conocer y querer a las personas reales que son parte de nuestro entorno familiar, de amistad, y de otros; y liberarnos de mandatos que arrastramos en nuestra existencia.

Poder vivir en libertad y respetar la del otro es quizás el mejor regalo que he visto que muchos padres y madres pueden hacer hacia sus hijos e hijas en mediación y en la vida. Y viceversa. Revalorizar a los padres desde el diálogo y el entendimiento construye puentes que solo traen felicidad, tranquilidad y paz.

Espero que nuestra sociedad madure hacia la inclusión de todas las diversidades que nos habitan y que cada persona pueda vivir su vida sin miedos, represiones o culpas por ser quienes son. ¡El reto de una sociedad inclusiva es aquella que logra aceptar que todos podemos pensar, sentir o vivir de forma diferente y que, a pesar de ellos, podemos vivir juntos!

Cuando perdemos el derecho a ser diferentes, perdemos el privilegio de ser libres
Charles Evan Hughes

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