Marcos Eguiguren Huerta
Director del Departamento de Management, Law, Society & Humanities
Hace pocos meses se cumplió el cincuenta aniversario de la publicación en The New York Times Magazine del famoso artículo de Milton Friedman, titulado "The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits". Hemos de recordar que nos encontramos ante un artículo polémico, pero que claramente ha sentado doctrina durante varias décadas. Ha tenido defensores y detractores y empezó a ser fuertemente cuestionado, en especial, a partir de la crisis financiera de 2008.
Durante estos cincuenta años hemos asistido a un espectáculo de gente de empresa, políticos y académicos de las más diversas facciones, echándose los trastos a la cabeza a cuenta de la defensa o el ataque de las tesis de Friedman, sin que muchos de los que así debatían, me temo, hubieran leído con detenimiento su artículo o hubieran meditado con calma acerca de su profundo significado ético, más allá de los titulares fáciles.
Cuando vuelves a leer el texto de Friedman con pausa, más allá de la frase que le ha hecho pasar a la posteridad, te das cuenta de su verdadera profundidad e intención y te preguntas cómo es posible que durante tanto tiempo hayan existido posiciones tan ideologizadas sobre un artículo que, bien leído, no las fundamenta. O al menos, no las fundamenta lo suficiente.
Es cierto que Friedman es profundamente liberal y muestra una enorme desconfianza hacia el papel intrusivo de la política y de los estados en muchas actividades humanas. Una desconfianza, por cierto, que comparto en buena medida. Es cierto también que, en su artículo, Friedman aboga porque los principales ejecutivos actúen de forma prácticamente exclusiva en beneficio de sus empleadores, los accionistas, y eso, presupone el premio Nobel, los llevaría a ocuparse especialmente de la generación de beneficios y de la creación de valor para el accionista.
Todo eso es verdad, pero también es verdad que en su libro Capitalism and Freedom, y de forma resumida en el artículo de The New York Times Magazine, Friedman subordina su famosa frase a una serie de condicionantes que deben tenerse en consideración a la hora de interpretarla correctamente.
En primer lugar, Friedman habla muy explícitamente del papel de los principales ejecutivos ante el fenómeno de la responsabilidad social y argumenta que no deben ser ellos quiénes deben tomar medidas específicas en ese ámbito, sino que esa debe ser la decisión de los accionistas. No dice que una empresa no pueda tener otras prioridades que no estén relacionadas con el bottom line, sino que esas prioridades adicionales deben emanar de los accionistas. Friedman, de facto, se refiere a las empresas familiares o unipersonales como ejemplos de que estas prioridades compartidas pueden estar totalmente abiertas y no cierra la puerta a que también ello pudiera ocurrir, de desearlo los accionistas, en compañías de otro tipo de esquema de propiedad.
En segundo lugar, la frase de Friedman que menciona literalmente "to increase its profits", no se refiere en ningún momento a "to maximze its profits". La diferencia de matiz, incluso desde un punto de visita liberal, es enorme. El hecho de que una empresa, en circunstancias normales, tenga como objetivo el seguir una senda de crecimiento de sus beneficios a medida que su actividad crece, genera valor para el cliente y se introduce en nuevos mercados, es algo que cualquier CEO que me esté leyendo sabe perfectamente que no solo es racional, sino que es socialmente deseable para que la empresa continúe generando valor social y para el accionista. Un caso muy distinto es cuando nos referimos al mantra de la maximización del beneficio, muy en especial en escenarios cortoplacistas, que puede llevar a la toma de riesgos excesivos y a practicar políticas discutibles que podrían poner en peligro la existencia de la propia empresa.
En tercer y último lugar, y probablemente el matiz más importante, es que Friedman contextualiza su frase en un marco determinado. Solo si ese marco existe su frase cobra total relevancia. Friedman es claro cuando se reafirma en que solo hay una única responsabilidad social de los negocios, usar sus recursos y promover actividades diseñadas para incrementar los beneficios en tanto en cuanto estas estén dentro de las reglas del juego. Es decir, que participan en un mercado en libre competencia, sin engaños ni fraudes (within the rules of the game, which is to say, engages in open and free competition without deception and fraud).
Cuando uno lee el artículo de Friedman con detenimiento y se fija en esos tres condicionantes –muy en especial, en el último–, entiende posiciones como la de Luigi Zingales, de la Booth School of Business (Universidad de Chicago), que aboga por reinterpretar la frase de Friedman como si se tratara de un teorema porque, como tal, francamente puede funcionar y, sobre todo –el añadido es mío–, por desideologizar el artículo y entenderlo de una forma más abierta.
Hoy, cincuenta años después de la publicación de ese artículo, es importante reformular la afirmación de Friedman de que la responsabilidad social de los negocios es la de incrementar los beneficios, como si de un teorema se tratara. La cuestión real, apunta Friedman, es en qué condiciones es socialmente eficiente para los directivos focalizarse solo en la mejora del valor para el accionista, y ello se deduce con claridad de su texto. En primer lugar, las empresas deberían operar en un entorno verdaderamente competitivo; en segundo lugar, no debería haber externalidades o deberían ser reguladas o compensadas suficientemente por los gobiernos; por último, todas las contingencias posibles deberían ser especificadas en cualquier contrato entre partes sin coste alguno o con costes no significativos.
La cuestión principal es que las tres condiciones que hemos mencionado no se cumplen. El problema más importante radica, sin duda, en el incumplimiento de la primera condición. El propio Friedman reconoce que la maximización del valor para el accionista en empresas o sectores que practican el monopolio o el oligopolio son malas para la sociedad. En referencia a la segunda, nadie en su sano juicio defenderá la idea de que vivimos en un mundo sin externalidades, y el sector público se ha mostrado siempre ineficiente a la hora de revertirlas vía fiscalidad o regulación.
Creo que hay un mensaje ético de corte liberal, pero de gran calado, que se ha escondido durante años tras el artículo de Friedman. Nos alerta de que, cuando no hay verdadera libre competencia, cuando no hay verdadera transparencia y cuando no hay "check and balances", se pervierte el sistema. Nos recuerda que, en una sociedad verdaderamente libre, es más complicado hacer "el mal", dado que hay demasiados contrapesos. Nos previene, además, implícitamente, sobre el riesgo de la falta de ética y responsabilidad de los directivos. Esas advertencias son, sin duda, su contribución más duradera y superan, en mucho, la interpretación literal del título del tan famoso artículo.