Vicente Ortún
Director del Máster en Administración y Dirección de Servicios Sanitarios
Existen sólidos argumentos tanto a favor como en contra de la exención de las patentes de las vacunas covid-19. Por razones éticas –el derecho a la salud precede otros derechos mercantiles- y por solidaridad interesada –no estaremos a salvo hasta que toda la humanidad esté a salvo, nadie discute que hay que vacunar a toda la población en estos meses para evitar millones de muertos más y una circulación de virus potenciadora de mutaciones y variantes que pueden obligar a retocar las vacunas existentes. Ha de ser, no obstante, en estos meses pues ya en 2022 la producción satisfará todas las necesidades.
Hace ya más de medio año que India, Suráfrica y 60 países más solicitaron debatir en la Organización Mundial del Comercio (OMC) la exención de patentes para las vacunas covid-19. La mayor parte de los países desarrollados estaba en contra, pero el reciente giro de Biden (país que concentra la innovación vacunal) ha cambiado el tablero de juego. Biden merece todo mi respeto, especialmente si tenemos en cuenta que su alternativa puede suponer que EE.UU. se convierta en un país totalitario. También se entiende el citado giro: Los antiguos aliados de la guerra fría que siguió a la II mundial están siendo vacunados por los enemigos, China y Rusia, en esta segunda guerra fría. Mientras tanto Occidente acumula vacunas para inmunizar varias veces a su población inmersa en un nacionalismo vacunal que nada tiene que envidiar al America First trumpiano.
Ciertamente, las patentes han de revisarse. En el sector sanitario sobra tanto el pay for delay a la introducción de genéricos como el evergreening de las patentes para prolongar sus 20 años de vida con pequeñas modificaciones. Por otra parte, conviene relajar el grado de protección que las patentes ofrecen pues están retrasando esa innovación que pretenden impulsar. Las vacunas, con muchas características de lo que en Economía se conoce como bien público, presentan demanda no solvente, gorroneo de inmunidades ajenas, con frecuencia vida corta, y escasa probabilidad de fidelizar consumos, más al tratarse de prevenir. Dicho de otra manera: Es un sector sin grandes incentivos para innovar, lo cual será un problema cuando alguno de los dos a cinco virus zoonóticos que aparecen cada año, como consecuencia del calentamiento global, origine una nueva pandemia.
La senda de la exención llevará a prolongados debates –todavía sin fecha- en la OMC, posterior decisión conjunta en el Parlamento Europeo, seguida de cambio en las legislaciones sobre propiedad intelectual de todos los países. Una larga y agitada navegación entre las multinacionales de la abogacía… cuando el problema es invertir aceleradamente en nueva capacidad productiva. La suspensión de patentes no aceleraría la vacunación mundial cuando esta se necesita con carácter inmediato. Más bien distraería. Además, ni tenemos problema de monopolio (son 11 de momento, no una, las vacunas) ni de liberar patentes. Incluso con las de tecnología absolutamente innovadora, las mRNA, BioNTech ha concedido ya licencia a la china Fosum Pharma y Moderna anunció ya en octubre pasado que mientras continúe la pandemia dejara que sus patentes relacionadas con la covid-19 sean utilizadas por otros fabricantes.
Centrándonos en el problema real, para aumentar de forma acelerada la capacidad mundial de producción de vacuna, caben desde los ya muy probados acuerdos de compra anticipada del Nobel Kremer, hasta una combinación de las siguientes medidas:
La ciencia desarrollada por el mundo con apoyo de numerosos gobiernos ha de beneficiar a ese mundo. Para ello hay que propiciar el aumento inmediato de capacidad productiva.