Salvador Estapé Triay
Profesor del Executive MBA
Director del Postgrado en Dirección de Empresa
La ética como guía de actuación fundamental y el pensamiento crítico como expresión de los desacuerdos de manera constructiva, son dos de los valores que definen la UPF Barcelona School of Management. En este artículo me gustaría ponerlos en común.
El pensamiento crítico es un enfoque sistemático para evaluar y formular buenos argumentos en defensa de creencias o afirmaciones específicas, y es esencial para la toma de buenas decisiones éticas. Todos tenemos puntos de vista propios sobre cuestiones como la libertad de expresión, el aborto, la eutanasia o los derechos de los animales. En el mundo empresarial, también tenemos puntos de vista diferentes sobre cuestiones como la seguridad en el trabajo, el papel de los stakeholders - ya sean los derechos de los accionistas, la responsabilidad ambiental o la social- el teletrabajo o los efectos de la inteligencia artificial y la robótica en la ocupación. Pero ¿cómo podemos saber qué puntos de vista debemos defender? Es aquí donde el pensamiento crítico puede sernos de gran ayuda, ya que nos proporciona un conjunto de herramientas para evaluar las distintas afirmaciones y opiniones, y si éstas están o no sólidamente apoyadas por buenos argumentos. Si una empresa pretende tomar decisiones éticas sólidas es esencial que tenga la capacidad para determinar qué argumentos, afirmaciones y opiniones debe tener en cuenta. [1]
Un buen argumento ético parte de unas premisas plausibles, razonables y relevantes, tanto fácticas, es decir, aquellas que explican los hechos del caso que estamos considerando, como éticas, aquellas que conllevan alguna regla o principio ético. Además, también hay que estar atentos a las premisas irrelevantes, porque en algunos casos pueden llevarnos a defender opiniones sobre un determinado tema con un argumento que creemos fuerte pero que en realidad no lo es. Además, aunque las premisas ofrecidas sean razonables y relevantes, debemos preguntarnos si ofrecen un apoyo suficiente para respaldar la conclusión. La cuestión de si un conjunto determinado de premisas proporciona un apoyo suficiente para demostrar la verdad de una conclusión concreta es una cuestión evidentemente compleja.
Algunos errores en el razonamiento son muy comunes y si aprendemos a detectarlos evitaremos caer en ellos. Este tipo de argumentos falaces, son muy comunes y la experiencia demuestra que pueden ser psicológicamente atractivos. En algunos casos, nos atraen porque a primera vista se nos aparecen como los mejores argumentos. En otros, porque nos atrae su simplicidad y respaldan aquellas conclusiones que se ajustan a nuestros objetivos. Por ejemplo, un típico argumento falaz (falacia del hombre de paja) se da cuando se critica a un oponente utilizando una versión cambiada, exagerada o distorsionada de su punto de vista real. Otro argumento es el denominado ad hominem, se trata de una forma de argumento que se utiliza a menudo en los debates, y se centra en criticar a la persona, en lugar de centrarse en la fuerza de su razonamiento. También existe el argumento de la tradición que sostiene que debemos creer o hacer algo simplemente porque así se ha hecho a lo largo del tiempo por parte del grupo al que pertenecemos. Dos argumentos falaces más serían el argumento de la popularidad que sostiene que debemos creer o hacer algo simplemente porque es popular. Y, finalmente, el falso dilema, el argumento que intenta convencernos de que sólo existen dos opciones, y debemos elegir una de ellas.
Otra fuente de problemas cuando tratamos de dar buenos argumentos es lo que se conoce como sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos son patrones de razonamiento defectuoso. Pensamos que tomamos decisiones de forma racional, que somos capaces de evaluar la información de una manera imparcial y nos reconforta creer que nuestro pensamiento es claro e imparcial cuando, en realidad, las evidencias apuntan todo lo contrario. Todas las personas estamos sujetas, en mayor o menor medida, a sesgos cognitivos. Estos sesgos son aún más peligrosos porque quienes los sostienen normalmente no son conscientes de las formas en que los sesgos pueden llegar a afectar el razonamiento. Veamos a continuación algunos ejemplos de sesgos.
El efecto encuadre es la forma en que describimos o enmarcamos una pregunta, y tiene un efecto enorme sobre cómo respondemos a determinadas cuestiones. Por ejemplo, imaginemos que cada año 10.000 personas contraen una enfermedad incurable que mata al 100% de quienes la contraen. A continuación, imaginemos que se desarrollan dos nuevos fármacos para tratar esa enfermedad. Si el medicamento A se administra a los 10.000 pacientes, 8.000 se salvarán. Y, si se administra el B, morirán 2.000 ¿Qué medicamento elegiremos? La trampa, por supuesto, está en que el efecto de los dos fármacos es exactamente el mismo: 8.000 sobreviven y 2.000 mueren. Pero un gran número de experimentos demuestran que las personas responden de manera diferente dependiendo de si el problema se encuadra en términos de vidas salvadas—que, por supuesto, genera una respuesta positiva, a si se encuadra de manera negativa, vidas perdidas.
El sesgo de confirmación es la tendencia natural que todos tenemos de buscar y recordar aquella información que confirma nuestros puntos de vista previos, y a evitar u olvidar la información que puede hacernos cambiar de opinión. Por ejemplo, un ejecutivo ante una decisión éticamente controvertida puede tener la tentación de recoger el punto de vista únicamente de los empleados que están de acuerdo con su opinión. Y, en cambio, dejar de lado las aportaciones de aquellos que piensan lo contrario. De hecho, sería mucho mejor recoger la opinión de los empleados críticos que la de los afines; después de todo, si la decisión soporta la evaluación crítica, la calidad de la decisión saldrá reforzada. Así, si queremos recoger la opinión de los clientes, mejor ir a buscar a los críticos que a los convencidos. El sesgo de confirmación puede dar lugar a un exceso de confianza, lo que a su vez puede conducir a la toma de una mala decisión.
El falso consenso es la tendencia que la gente tiene a sobreestimar la opinión de aquellos que están de acuerdo con nuestros propios puntos de vista. En situaciones que se requiere un juicio ético, el falso consenso puede hacernos creer que estamos más seguros de lo que en realidad deberíamos estar por el simple hecho de que hay otras personas que comparten nuestras mismas creencias éticas. Esto es especialmente importante en los casos de organizaciones jerárquicas. Las personas pueden tener la tentación de asentir siempre ante la opinión del jefe, no expresar opinión alguna, o quedarse calladas cuando no están de acuerdo con el punto de vista del jefe. Otro sesgo es el de grupo, es la tendencia que la gente tiene a pensar bien, a confiar y dar un trato preferente a los miembros de su mismo grupo. Este tipo de sesgo puede adoptar formas tan familiares y viciosas como la xenofobia, el racismo o el machismo. Sin embargo, en algunos casos el efecto es más sutil ya que las personas tienen una tendencia natural a relacionarse entre ellas de manera diferente a como lo harían con las demás. En un contexto empresarial a menudo fomentamos una forma de sesgo de grupo, por ejemplo, cuando apelamos al espíritu de equipo, incluyendo la creencia de que nuestra empresa es la mejor y que vamos a vencer a la competencia, creencia que conforma una parte importante de la competitividad empresarial. Por último, existe la tendencia a atribuir crédito moral o culpar a individuos como resultado de acontecimientos que, estrictamente hablando, están fuera de su control. Por ejemplo, imaginemos dos empresas A y B que utilizan un tipo de material peligroso. Como consecuencia del uso de ese material en la empresa A mueren varios trabajadores. Probablemente a los directivos de dicha empresa los consideraremos cuanto menos, poco éticos, sino directamente criminales. En cambio, a los directivos de la empresa B, que usan exactamente el mismo tipo de material peligroso, pero sin muertes, no nos parecerán ni poco éticos ni criminales. Los directivos de ambas empresas se comportan igual, ponen a los trabajadores en la misma situación de riesgo, pero tenemos una tendencia a juzgar a un grupo mucho más duramente simplemente por su suerte (o mala suerte).
Los sesgos cognitivos discutidos anteriormente son muy comunes, y muy difíciles de combatir. En el proceso de toma racional de decisiones no existe una receta mágica para evitarlos, pero algunas reglas generales si nos pueden ayudar. La primera es que debemos tener en cuenta que los sesgos cognitivos son una característica generalizada del razonamiento humano, y cualquiera de nosotros puede adoptarlos. Por eso es importante buscar puntos de vista diferentes. Muchos sesgos cognitivos son el resultado de depender de muy pocas fuentes de información. La intuición es importante, y no seré yo quien la niegue, muchas veces es muy útil, pero siempre que sea posible es mejor no confiar excesivamente en ella. Muchas veces confiar demasiado en la intuición es sólo la excusa de un razonamiento perezoso. Esto es especialmente cierto cuando existen números de por medio. Hagamos primero las matemáticas, y dejemos el instinto para luego.
El definitiva, el pensamiento crítico es un elemento esencial de la toma de decisiones éticas. En el fondo, es un enfoque sistemático para evaluar y formular buenos argumentos en la defensa de determinadas opiniones y afirmaciones. En el desarrollo de nuestra actividad empresarial, cualquiera de nosotros tiene sus propias opiniones e intuiciones sobre cuestiones éticas. El reto es aplicar las herramientas del pensamiento crítico para determinar, a través de una conversación ilustrada y fundamentada, cuáles de esas creencias e intuiciones están bien respaldadas y cuáles no.
[1] Para elaborar este artículo me he basado en Donald, Chris, "Critical Thinking for Business Ethics" en Kissick, P.W (ed.) Business Ethics. Concepts, Cases, and Canadian Perspectives. Emond Montgomery Publication (Toronto 2012)