Toni Aira
Director del Máster en Comunicación Política e Institucional
“Allá donde se cruzan los caminos”, decía Joaquín Sabina en su canción Pongamos que hablo de Madrid. Ahora en vez de caminos, podría hablar de “trincheras”. “Donde el mar no se puede concebir”, seguía. Últimamente parece que cierta política (mesetaria y más allá) no conciba la diferencia si no es en clave de choque frontal. “Donde regresa siempre el fugitivo”, seguía. En aquella Villa y Corte con un clima político-mediático que en los últimos años ha reservado el adjetivo “fugitivo” básicamente al malo-malísimo Carles Puigdemont y en muy pocos casos al rey emérito. “Pongamos que hablo de Madrid”, acababa Sabina la introducción de esta preciosa canción suya sobre una ciudad que en los últimos tiempos es el centro de la campaña autonómica menos autonómica conocida en décadas. Porque de Madrid (Comunidad), ¿cuánto se está hablando en la contienda electoral? Poco, como de forma preocupante marcan los signos de los tiempos políticos y la praxis de la comunicación política en la era del enfrentamiento descrita magistralmente por Christian Salmon, el gran popularizador del concepto de storytelling, del relato que tanto gusta construir a demasiados políticos aficionados a eso más que a construir realidades.
Y es que, pongamos que soy candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid y no hablo de Madrid. ¿Tengo opciones de éxito? Un puñado de casos en todo el mundo nos dicen que sí. Antecedentes recientes de campañas a lo largo y ancho del globo nos advierten que la simplificación, la personalización y el impacto emocional reinantes en el discurso político hacen posible debates políticos a menudo muy al margen de lo práctico para perderse en disquisiciones y en trifulcas subidas de tono pero no necesariamente bajadas a lo concreto. Se criticó mucho, no hace demasiado, una política catalana que ciertos actores políticos y mediáticos reiteraban que no hablaba de “los problemas reales de la gente”. ¿ Se está haciendo ahora en la campaña madrileña más polarizada y crispada que se recuerda? ¿Son eso las balas y las navajas en sobres dirigidos a políticos, y el hacer de ello el centro de una contienda electoral?
Se ha dicho que, visto en positivo, en las elecciones a la Asamblea de Madrid 2021 se está dando un “debate ideológico”. ¿Sí? ¿Seguro? ¿Debate ideológico? ¿Eso es el “Comunismo o libertad” que sembró Isabel Díaz Ayuso y que con interés de encontrar su espacio (y sus votos) han recogido desde el fango Rocío Monasterio (Vox) y Pablo Iglesias (Podemos)? Sí, ciertamente, pero este era un debate ideológico sobre todo de principios del siglo pasado. Porque un debate ideológico, hoy en día, va de sanidad, de impuestos, de acceso a la vivienda y de otros frentes que no están teniendo el protagonismo que las amenazas de muerte a candidatos, los exabruptos entre contendientes a micrófono abierto y los abandonos de debates ante las cámaras.
Son signos de los tiempos, como decía, de la política espectáculo (de pressing catch) alimentada por una sociedad del entretenimiento y por unos medios de comunicación donde en el peculiar tándem del llamado infotainment hace tiempo que el entretenimiento gana la partida a la información. Y para revelarse y actuar contra este statu quo no es revulsivo suficiente el reivindicarse como soso o aburrido. No es, de hecho, en absoluto una solución que en verdad pasa por fondo y forma. Por hacerlo bien y hacerlo saber. Por fomentar una sociedad y una política que incentiven liderazgos y debates potentes en calidad pero también en capacidad de comunicar. Un contexto y unos protagonistas que en la arena política puedan desplazar del epicentro de su actividad tanto discurso y tanto actor político vacío de contenido y lleno de proclamas frentistas. Quizás, solo quizás, así se podrá empezar a imponer el debate sobre contenidos reales a los choques con sobredosis de emociones encontradas.