Salvador Estapé
Profesor de la UPF Barcelona School of Management
Vicedecano de profesorado
Cuando hace cerca de dos meses iniciaba esta serie de artículos desde el confinamiento remarcaba que había que concentrar los esfuerzos en la salud y en la contención de la pandemia. Entonces estábamos en medio del debate sobre la "bolsa o la vida" y señalaba que éste era un falso debate. La pandemia global es uno de los riesgos más importantes a los que se enfrenta la humanidad. En 2018, en el muy recomendable libro Factfulness (Deusto, 2018), Hans Rosling, médico y experto en salud global, consideraba la pandemia como uno de los cinco riesgos globales por los que deberíamos preocuparnos seriamente. Rosling no quería decir que no hubiera otros riesgos globales urgentes que se habían de abordar. Pero el de la pandemia global era el primero, junto con los cuatro riesgos restantes, a saber: crisis financiera, guerra mundial, cambio climático y pobreza extrema. Recordaba, también, que todos se podían dar con bastante probabilidad. De hecho, los tres primeros ya habían sucedido antes y los otros dos (bueno, el primero también) están sucediendo actualmente. En el caso de la pandemia además tenemos el precedente de la gripe española que se propagó por todo el mundo inmediatamente después de la primera guerra mundial y que mató a 50 millones de personas. Como sabemos (y si no seguro que hoy en día -quien mas quien menos- lo sabe) una enfermedad que se transmite por el aire, capaz de propagarse muy rápidamente, representa una amenaza enorme para la humanidad. Por este motivo es imperativo protegernos todo lo que podamos de un virus altamente contagioso, que viaja con nosotros, y que ignora cualquier tipo de defensa. En definitiva, hay que garantizar asistencia sanitaria básica para todos, en todas partes.
Pero el virus también nos ha contagiado la economía. De ahí que los siguientes trabajos estuvieron dedicados a hablar más de economía que de salud (tema del que no soy nada, especialista). Así, por ejemplo, en el anterior artículo, basándome en el trabajos del economista Eichengreen, destacaba las diferencias entre la crisis económica actual y la de 2008 o la de 1929. El origen de la actual no ha sido una crisis financiera sino sanitaria. La Gran Depresión, que comenzó después de la caída del mercado de valores en octubre de 1929, fue punzante y desastrosa, pero se desarrolló más gradualmente que la actual crisis del coronavirus. En EEUU, por ejemplo, la producción de bienes y servicios se redujo en una tercera parte, pero en un período de más de tres años. La producción industrial se redujo a la mitad, pero, nuevamente, durante un período de tres años. La tasa de desempleo fue aumentando durante un período de cuatro años. Sin embargo, lo que ahora estamos observando es una tasa de paro disparada dramáticamente en un periodo de tiempo muy corto.
En la era moderna, el impacto económico que produjeron otras pandemias simplemente no es comparable con lo que está sucediendo actualmente. Durante la gripe de 1918, en EEUU, donde murieron más de medio millón de personas, la pandemia tuvo un gran impacto negativo en las ventas minoristas, sin embargo, la economía general no cayó en una recesión. Eventualmente hubo una caída, en 1920-21, pero los historiadores económicos generalmente lo atribuyen a que la Reserva Federal aumentó las tasas de interés para evitar la inflación. Hoy en día la economía está muy globalizada esto hace que el virus viaje mucho más rápido pero también que el impacto económico sea mayor. Tanto la pandemia de 1918 como la Gran Depresión de los años treinta tenían cosas que enseñarnos a la hora de cómo enfrentarnos al coronavirus. Por ejemplo, en el caso de los EEUU, la Gran Depresión, horrible como fue, sirvió como un experimento de laboratorio enorme para dos enfoques políticos diferentes. Por un lado, la Administración de Herbert Hoover, a medida que la economía se fue desplomando entre 1929 y 1932, evitó llevar a cabo grandes esfuerzos a gran escala para impulsar el gasto público y rescatar las industrias afectadas. Una vez que F.D. Roosevelt se hizo cargo de la presidencia, en 1933, siguió un enfoque mucho más activista. Su administración proporcionó pagos en efectivo a los agricultores, alivio de la deuda para los titulares de hipotecas, llevó a cabo proyectos de obras públicas para parados y ofreció préstamos a bajo interés para bancos y ferrocarriles afectados. La Administración Roosevelt también abandonó el patrón oro, para que la política monetaria pudiera relajarse y finalmente introdujo un sistema de seguro de desempleo y Seguridad Social. Cuando se emprendieron políticas fiscales y monetarias, así como intervenciones estratégicas en industrias específicas, obtuvimos estabilización y recuperación.
Con la crisis del coronavirus, ni en España, ni en la UE, los líderes europeo estuvieron inicialmente a la altura del desafío en una coyuntura tan crítica. Por el contrario, los EEUU fueron más rápidos, la Reserva Federal redujo las tasas de interés y lanzó una serie de programas de préstamos de emergencia, puso en marcha un paquete de rescate de un billón de dólares para proporcionar pagos en efectivo a todos los hogares y asistencia financiera a las empresas afectadas por los cierres. Europa reaccionó tarde o de forma individual, por ejemplo: el gobierno italiano adoptó la suspensión de los pagos de hipotecas y otros pagos de préstamos. Ahora finalmente parece que el eje franco-alemán se pone de acuerdo para crear un fondo de 500.000 millones de euros destinado a las regiones y sectores más afectados por la pandemia.
La duración de la crisis y la recuperación están por ver. Las previsiones de los diferentes organismos oficiales raramente suelen acertarlas. Menos aún en un caso como el que nos ocupa, que presentó sustanciales diferencias con otras crisis recientes. Algo que se originó como un "choque de oferta" en China, hace unos pocos meses, se ha transformado en una parada económica sin precedentes, notable no sólo por su tamaño sino por su rapidez. Una crisis económica originada por un virus que también puede extenderse al ámbito político.
En efecto, la situación actual ha puesto de manifiesto y agravado una tendencia que veníamos observando desde hace un tiempo y que muchos expertos, académicos y medios de comunicación llevaban años analizando: el populismo y el autoritarismo. La gestión de la pandemia puede dar alas al autoritarismo, y no hablo sólo de los países de por sí con gobierno autoritarios, sino de aquellos con una democracia. ¿Qué condiciones sociales y económicas pueden dar lugar al populismo? ¿Cómo se puede contrarrestar? Como poníamos de manifiesto en el artículo de la pasada semana, Eichengreen intenta explorar estas cuestiones en su reciente libro, The populista temptation: economic grievance and political reaction in the modern era (OUP, 2018).
A través de un recorrido por la historia reciente de algunos países occidentales, el autor intenta identificar en qué circunstancias económicas, sociales y políticas surge el populismo y cuáles son las políticas más efectivas para combatirlo. Según Eichengreen, el populismo emerge a partir de una combinación de inseguridad económica, amenazas a la identidad nacional y un sistema político incapaz de dar respuesta a estos retos. Pero también puede ser eliminado a través de reformas económicas y políticas que traten de hacer frente a las preocupaciones de aquellos sectores de la población que se sienten afectados. Tanto el populismo de izquierdas como el de derechas pueden adoptar características de un movimiento político con tendencias antielitistas y autoritarias aunque el primero se centra en la hostilidad hacia las "élites", mientras que el segundo hacia las minorías y inmigrantes. Los líderes populistas se muestran más "dispuestos" a escuchar y hablar directamente a la gente, y hacen un uso muy eficaz de las redes sociales y de los medios. Más aún, los líderes populistas son capaces de sacar provecho ante situaciones de incertidumbre económica y de pérdida de confianza, donde emergen sectores de la población que consideran que el sistema está en contra de ellos. El aumento de los populismos en Estados Unidos y en algunos países europeos reflejan una profunda inseguridad nacional, social y personal, agravada por la inseguridad económica. ¿Cuáles son las soluciones? Las recetas que propone el autor son el retorno al crecimiento económico y el aumento de los salarios. También incluyen una mayor inversión en educación y formación, una economía más inclusiva, la reforma del sistema de inmigración y una UE más democráticamente responsable y más cercana a la gente.
En resumen, en este artículo he procurado poner énfasis en tres aspectos relacionados con la salud, la economía y la política. En la salud he destacado su carácter prioritario para frenar el virus y su transmisión a nivel global, con especial atención a los países más pobres con sistemas de salud más débil; en la economía ser valientes y poco ortodoxos en materia económica para poner en marcha paquetes de ayudas masivas y de estímulo económico; y en política, tomar conciencia de los riesgos que tenemos delante de aumento del populismo y del liderazgos autoritarios.