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Rodeados de impostoras

27 Abril - 2021
Mare i filla

Mireia Mata
Experta en análisis de tendencias

 

Mi hija tiene 14 años, quiere ser abogada y, desde hace meses, está fascinada con Kamala Harris, una mujer que ocupa uno de los cargos más importantes del mundo: la vicepresidencia de los Estados Unidos. Su ejemplo la inspira para poder hacer realidad sus sueños. Lo que mi hija todavía no sabe es que nunca conocerá ni se podrá inspirar en muchas otras mujeres, con tanta capacidad o más que Harris, pero que han quedado totalmente invisibilizadas a causa de la conocida como síndrome de la impostora.

Esta invisibilidad no se debe a discriminaciones ni a causas externas, sino a la misma capacidad de reconocer y de valorar nuestros éxitos y logros. Las personas que sufren este fenómeno psicológico, mayoritariamente mujeres, aunque tienen excelentes resultados académicos y profesionales, creen que todo es fruto de la suerte o de la casualidad y sufren un miedo persistente a ser descubiertas como un fraude y decepcionar así a los demás. 

40 años entre impostoras

El síndrome de la impostora fue descubierto por las psicólogas clínicas Paulina Clance y Suzanne Imes en 1978 después de analizar a un grupo de mujeres con éxito que eran incapaces de creer en sí mismas. Más de 40 años después, todo parece indicar que este síndrome está más presente que nunca, como muestra el libro «El síndrome de la impostora: ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas?», de Anne de Montarlot y Elisabeth Cadoche. Incluso alguien con tanta proyección social como Michelle Obama afirma que le cuesta entender que la gente se interese por aquello que ella puede explicar. Por su parte, Sheryl Sandberg, CEO de Facebook, también reconoce en su libro «Lean in» su lucha contra este síndrome. 

Obama o Sandberg, sin embargo, son la excepción que confirma la regla. Mujeres que, a pesar de dudar de sí mismas, destacan social o profesionalmente. Lo que es más importante y de lo que se habla poco es del impacto que este fenómeno todavía causa en el mercado laboral y de la pérdida de talento femenino que esto supone. Para entenderlo en toda su magnitud, hay que hablar de otro trastorno psicológico que, en este caso, afecta mayoritariamente a los hombres. Se trata del efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasas habilidades o conocimientos sufren un efecto de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo por encima de la realidad sus habilidades. Este efecto se definió por los profesores de Psicología Social de la Universidad de Cornell, David Dunning y Justin Kruger, en 1999. 

En ambos casos se trata de afectaciones que tienen una translación directa en los comportamientos de hombres y mujeres en la búsqueda de oportunidades laborales. Y, como podemos imaginar, la confluencia de estas dos realidades provoca una gran desigualdad en el mercado laboral. 

El impacto en el mercado laboral

Según Gender Insights Report, publicado por LinkedIn anualmente, se observa reiteradamente que las mujeres no se postulan a ofertas de trabajo si no sienten que cumplen con el 100% de los requisitos, mientras que los hombres aplican aunque su perfil, a priori, no encaje. Eso se traduce, por tanto, en el hecho de que las mujeres se postulen menos a puestos de trabajo que los hombres. Además, ellas, a diferencia de ellos, tienen menos inclinación a pedir referencias profesionales, probablemente porque creen que su valor no merece tocar a la puerta de nadie para pedir halagos sobre un talento que no creen tener. 

Si a todo ello le sumamos el peso de las cargas familiares, que todavía recaen mayoritariamente en las mujeres, y la dificultad de conciliar, el reto que tenemos como sociedad para no perder un talento tan valioso es muy grande. De hecho, el síndrome de la impostora está aún más presente entre las mujeres que han parado su carrera profesional para ser madres, y eso puede suponer que su retorno al mercado laboral ya no se produzca. Ahora que se acerca el Día de la Madre, es un buen momento para reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos todos en este tema: desde la educación hasta la gestión empresarial. 

No debemos olvidar que este síndrome se explica también en el marco de la llamada sociedad del cansancio que describe, desde hace ya una década, el filósofo Byung Chul Han. Según el surcoreano, vivimos siempre con la angustia de no poder hacer todo aquello que podríamos hacer y, además, nos culpamos a nosotros mismos de nuestra supuesta incapacidad. Una angustia que es consecuencia de nuestra autoexplotación. En la sociedad del cansancio nos explotamos a nosotros mismos creyendo que nos estamos realizando y sin tener a nadie contra quien rebelarnos, ya que no hay explotadores visibles a los que culpar. Es la alienación de uno mismo. 

Desde el mundo educativo tenemos mucho por hacer para afrontar estos retos: evitar que más mujeres se sientan impostoras y frenar esta autoexplotación que nos agota y que nos absorbe la energía. Seguramente todo comienza potenciando la autoestima y formando a personas que crean en sí mismas de un modo positivo y saludable. En la escuela de mi hija trabajan el lema "sé quien puedes llegar a ser" y, como en la mayoría de centros actualmente, ponen mucho énfasis en el desarrollo de la inteligencia emocional. El curso pasado entró en esta nueva escuela para empezar primero de ESO y poco después ya se presentó a las elecciones para delegados, confiando totalmente en sus capacidades. Ojalá a lo largo de su vida académica y profesional encuentre al apoyo y la compañía necesarios para conservar esta fortaleza interior que la empuja hacia adelante sin complejos. 

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