Aunque el título original era The Magic of Belle Isle (Summer at Dog Dave's), la película dirigida por Rob Reiner y con la interpretación de Morgan Freeman y Virgina Madsen se terminó traduciendo por El verano de sus vidas (2012). Se trata de una historia de pesadilla que acaba como un verano plácido y acogedor.
Desde hoy hasta nuestro verano viviremos un zigzag de noticias contradictorias. Dependiendo del equilibrio inestable entre los tres vértices del triángulo vacunación - pasaporte sanitario - inmunidad de grupo, las informaciones fluirán de una forma o de otra. Tras las noticias terminará apareciendo la realidad del mercado: ¿vendrán o no, los turistas? ¿Lo harán en mayor o menor cantidad? ¿Cuál será su procedencia?
Este verano se estructurará en tres vértices del triángulo: vacunación, pasaporte sanitario e inmunidad de grupo
La variable "vacuna" se acelera en los principales países emisores de turistas hacia Catalunya y España. Todo hace pensar que hacia finales de julio la población adulta de la Unión Europea estará vacunada. La misma presidenta de la Comisión Europea, Urusla von der Leyen, ha comprometido su palabra. Por el contrario, la variable "pasaporte sanitario" avanza más lentamente, y aunque ya hay pronunciamientos oficiales favorables, no termina de clarificarse su aplicación. El PCR, pues, sería su "sustituto pobre". Mientras tanto, en Bruselas y Madrid hablan de "salvar el verano", pero está en ciernes. Por último, la "inmunidad de grupo" se logrará cuando la población adulta europea esté vacunada, algo que se prevé de aquí a entre cinco y diez semanas.
Pero junto con las variables técnicosanitarias, hay otras que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, la conducta individual de cada posible viajero. Miedosos, muchos ("¿tengo que arriesgarme a viajar cuando quedan pocos meses para el fin definitivo de la pandemia?"); alocados, bastantes ("No hay que esperar más, ¡quemémoslo todo!"); sensatos, la mayoría (calma). Pero también la incógnita de aquellos que adoptan nuevas formas de hacer turismo acelerado por la pandemia.
Otra vía proviene de las acciones que adopta cada país, tanto respecto a la apertura de sus fronteras como a la permisividad en la salida de sus nacionales o en la discriminación de estados según su situación epidemiológica. En este sentido, Reino Unido abre las puertas, pero sitúa a España como peligroso, mientras que Alemania facilita el corredor aéreo. Una última variable; la prisa de ciertos países por atraer turistas cuánto antes: Grecia, Malta, Chipre o Croacia, por ejemplo, han negociado desde hace meses los corredores aéreos y han abierto rápidamente los puertos a los cruceros.
En nuestra casa, sin embargo, todo va un poco más tarde. Se ha esperado hasta la segunda quincena de mayo para implementar las campañas; no se ha sido hábil en la negociación de los corredores aéreos; los pasaportes sanitarios están en los limbos. Parece que se espere que todo esparza y vuelva a ser como antes. Incluso un instrumento tan valioso como el imserso, que habría podido ser el mascarón de proa del desconfinamiento, yace con poco ánimo.
Los responsables turísticos de España no han asumido ningún riesgo, poniendo en valor la máxima ignaciana "en tiempos de desolación, no hacer nunca mudanza". Siendo este país líder turístico en viajes, facturación y trabajadores en el sector, cuando debería demostrarlo, se espera a que empiecen el resto.
Por suerte, el territorio español ha sido siempre un destino refugio cuando hay conflictos. Ya pasó con la guerra de la antigua Yugoslavia, durante los atentados urbanos de la década del 2000 o durante la crisis económica de 2007. Desde Francia hasta el Reino Unido, Italia, Austria, Suiza, Benelux, Escandinavia, en coche o en avión, encuentran en nuestro país algo cotidiano, conocido, que da seguridad. Una sensación que no ha hecho más que crecer cada verano.
No se van a repetir, ni es necesario, los resultados de 2019 en unos cuantos años. Básicamente por dos motivos. El primero, porque en Catalunya no vendrán turistas lejanos. Sí que lo harán, sin embargo, catalanes, valencianos, franceses –tras el 14 de julio–, los españoles –con quienes mantenemos lazos familiares y quizás, de repente, vuelven–, y algunos que se animarán a coger el avión desde cualquier lugar de Europa. Menos gente, la mayoría de proximidad, menos estrés y más gasto. Hay que recordar que los viajeros cercanos se mueven más y a menudo el gasto es superior en el destino. El ensayo de Semana Santa fue, francamente, positivo.
Siendo España un país líder en viajes, facturación y trabajadores en el sector turístico, cuando hay que demostrarlo, esperamos a que empiecen el resto
En segundo lugar, porque muchos turistas adoptan una nueva forma de hacer vacaciones. Más íntimas, menos masificadas. Más personales, de territorio, desestacionalizadas, de menor impacto ambiental. Esos lugares que se han preparado desde hace tiempo sufrirán muy poco. Los otros deberán aprender y eso no se hace en dos días.
Ciudades como Barcelona, que han jugado a crear una industria potente en torno de la presencialidad, lo tendrán complicado, ya que la digitalización ha avanzado de tal forma que ha destruido muchos motivos para viajar, sobre todo el de los negocios. Así pues, desaparecerán puestos de trabajo en hoteles, restaurantes, cafeterías, comercios, taxis, centro de convención, museos, espectáculos... Habrá que volver a posicionar la ciudad, salvando la planta turística. La costa salvará el verano en esta primera ola de la temporada estival de 2021 y de 2022. Pero más allá de estas fechas, habrá tiempo para reflexionar sobre las nuevas demandas de los turistas y sobre la restructuración del sector para satisfacerlas con competitividad en la era digital.