Natàlia Pascual Argenté
Core Faculty UPF-BSM, Axentiva
Dr. Antoni Castells Garangou
Director médico del Hospital Clínic de Barcelona
Jaume Puig-Junoy
Distinguished professor UPF-BSM. Director del Máster en Economía de la Salud y del Medicamento
Mientras escribimos estas líneas se están debatiendo las recomendaciones y posibles restricciones que nos acompañarán estas fiestas navideñas sobre el covid-19. Y es que, según las últimas estimaciones, una tercera ola podría llegar en el mes de enero o poco después. Sabemos que los modelos predictivos de las enfermedades infecciosas pueden acertar poco a causa de varias incertidumbres (la segunda ola se avanzó, por ejemplo), pero, para ser precisos, si observamos los datos de incidencia o de exceso de mortalidad en España, la curva no terminó de aplanarse en ningún momento desde que finalizó el estado de alarma.
En este punto conviene recordar que España ostenta el récord más negativo entre los países de la OCDE durante las 10 semanas punta de la primera ola de covid-19 con un exceso de mortalidad del 40%. Ahora ya empezamos a tener las estimaciones del coste social sobre nuestro bienestar que esta implica, tanto en costes sanitarios estrictos, como en años de vida perdidos, calidad de vida y pérdida de producción. Una primera estimación conservadora muestra que para 2020 y 2021 la pandemia supone un coste social equivalente al 14% del PIB. Ahora bien, al mismo tiempo, ya sabemos también que una gestión efectiva de las estrategias de test-rastreo-aislamiento (TRA) tiene una relación coste-efectividad mucho mejor que casi ninguna otra intervención que haga la sanidad en cualquier enfermedad: cada euro invertido tiene un retorno social de 7 euros. Sería socialmente injustificable no "surfear" la transición invirtiendo más recursos en una buena gestión de estrategias TRA flexibles y adaptadas a las condiciones sociales de cada entorno.
Analizando todo aquello que se puede comparar, a pesar de las limitaciones, a 13 de diciembre hay 335 enfermos por covid-19 en la UCI en Catalunya, más del doble que antes de la segunda ola (si nos fijamos en el 1 de septiembre, eran 152). En el bote de incógnitas de la tercera ola quedan cuestiones relevantes como ver cuál será la afectación de esta con respecto a grupos de población y gravedad. Sabemos que la segunda ola ha afectado a más gente joven, ya que la media de edad de los pacientes en UCI ha bajado a 55 años, comparado con los 64 años de media de la primera ola. Como consecuencia de este hecho y de otros factores –mejor conocimiento de la historia natural de la enfermedad y una discreta optimización en su tratamiento–, la gravedad de los casos ha bajado. Ahora bien, no olvidemos que, en este contexto, una estrategia que centre todos los esfuerzos en la atención hospitalaria de la pandemia equivale a la renuncia de "surfear" y a resignarse en la gestión del fracaso.
A pesar de los esfuerzos –y a alguna evaluación de lo que no ha funcionado en las residencias como la que se ha hecho en Navarra– todavía quedan dudas sobre la capacidad efectiva de contener la expansión de una nueva ola en residencias de gente mayor. Otro requerimiento imprescindible para continuar "surfeando" mejor de lo que hemos hecho hasta ahora.
A pesar de las incertidumbres navideñas, nos encontramos con algunas circunstancias que deberían suponer ventajas para hacer frente a la tercera ola. La primera es que hemos tenido tiempo de aprender y de prepararnos: el sistema sanitario está ahora mejor dotado de material y de pruebas diagnósticas. La segunda es que encaramos 2021 con los ojos puestos en las prometedoras vacunas que ya están llegando. Hace pocos días se han publicado los primeros resultados de algunos ensayos clínicos en marcha, los cuales demuestran que estas vacunas son sumamente eficaces y con escasos efectos adversos. De acuerdo con estos resultados, las agencias reguladoras se apresuran a aprobar su uso, cosa que ha permitido el inicio de las primeras campañas de vacunación de grupos prioritarios en algunos países como el Reino Unido, Rusia y los Estados Unidos, mientras que en otros comienzan a preparar la mejor estrategia para hacerlo.
En la otra cara de la moneda, los datos epidemiológicos –número de casos nuevos, hospitalizaciones y pacientes críticos– demuestran que la situación actual es peor que en el inicio de la segunda ola, aunque con fuertes desigualdades territoriales. Además, se suman el agotamiento y el desánimo de los profesionales, junto con el reto de la recuperación de la actividad suspendida durante las épocas de mayor presión asistencial causadas por el covid-19. Esta última circunstancia comporta –además de una tensión entre los distintos actores sanitarios en función de cuál sea su responsabilidad asistencial– una escasez de profesionales que no se había observado al inicio de la pandemia, cuando todos los esfuerzos estaban centrados, casi en exclusiva, en la lucha contra el virus.
La tercera ola supondrá, de nuevo, un reto para la Atención Primaria, al mismo tiempo que volverá a poner a prueba la robustez del sistema, en especial del engranaje Salud-Salud Pública. Y es que la Primaria deberá compaginar una actividad ordinaria normalmente más intensa durante los meses de frío con las campañas de vacunación y la recuperación de la actividad atrasada desde el inicio de la pandemia, que se ha traducido en notables retrasos diagnósticos, especialmente de enfermos oncológicos. Por eso, las experiencias de vacunación fuera del entorno de los centros de Primaria tendrán un papel muy relevante en el alivio asistencial y se podrán beneficiar de las experiencias que ya se han llevado a cabo durante la campaña de la gripe, sin dejar de lado las necesarias adaptaciones de instalaciones, equipos y circuitos.
De momento, de cara a la Navidad, seguimos con el reto de la concienciación ciudadana, que es necesaria mantener hasta que no logremos un nivel de inmunidad suficiente para relajar las medidas ya conocidas (distancia-manos-mascarilla). Parece claro que deberemos trabajar para evitar o mitigar los efectos de una tercera ola en paralelo al despliegue de una campaña de vacunación compleja por su alcance y dificultad logística. En este sentido, conviene también tener muy en cuenta los posibles cambios de comportamiento individual (elasticidad-prevalencia) ante la expectativa de vacunas efectivas que pueden alterar la efectividad de otras medidas preventivas que, por fuerza, deberemos mantener hasta que no logremos la inmunidad de grupo deseada. De todo ello seguro que sacaremos nuevos aprendizajes.